martes, 24 de febrero de 2015

La comida. El hambre. La hartura



La comida. El hambre. La hartura. El despilfarro enfrentado a la necesidad. En los países muy pobres se tiene miedo a no comer. En los países ricos se tiene miedo a comer demasiado o mal. Dentro de un pathos de “sentimiento trágico de la gastronomía”, se cuida uno de los transgénicos, se obsesiona con las fechas de caducidad, se miden los aportes calóricos de las viandas y sus efectos sobre el nivel de colesterol. Hoy los productos son desnatados o semidesnatados, abundan las bebidas light o bajas en calorías o sin azúcar o sin su elemento principal, como ocurre con el café descafeinado. Beber café descafeinado es como comer manzana desmanzanada. Si uno toma café es porque tiene cafeína y al tomar té lo que se busca, entre otras cosas, es el efecto despejador de la teína. Como el tabaco bajo en nicotina. Una mariconada. ¿Para cuándo la fruta baja en azúcar o las alubias con aditamentos para evitar la aerofagia? La mayonesa ha de hacerse sin huevo y pronto veremos la tortilla de patatas hecha con patatas sin hidratos de carbono. El agua, un bien natural, ya no se bebe del grifo, se compra en garrafas o en botellas de plástico, que generan residuos que dañan el medio ambiente. Se produce cerveza sin alcohol y vinos de bajísima graduación, adecuados, por lo que se ve, para pasar pruebas de alcoholemia. Se abomina del exceso inútil, de la espuma que pone. Los dulces macrobióticos son dignos de un taller de repostería para misántropos. Si John Dee ofreciese hoy “la baya del solaz”, un fruto mágico que confiere la inmortalidad, sería denunciado por las autoridades sanitarias. Lo único que permanece inalterable, puro, sin aditamentos o reductores, es el hambre en los países pobres. Pero las conciencias burguesas están en un tris de hallar la fórmula del hambre “desconcienciada”, o “desgravable”, “desmineralizada” o “baja en humanidad”. Lamentémonos como el poeta: “Breve bien, caro pasto, corta vida”.

Zaragoza, 25 de febrero de 2015

miércoles, 18 de febrero de 2015

La mágica sugestión de las palabras



La mágica sugestión de las palabras. El autor taumaturgo. Cualquier escritor se daría con un canto en los piños por ser capaz de escribir algo que pudiera provocar una reacción semejante a un lector como el que presenta la figura del cuadro de Magritte. El espanto que refleja el rostro de la mujer lleva a muchos a concluir que lee una historia de miedo, un relato de terror. Pero yo me inclino a pensar que está leyendo el diario íntimo de una persona con la que comparte (hasta ese momento, al menos) ciertas afinidades afectivas, alguien que le importa mucho y cuyos secretos, desvelados por la escritura, la desasosiegan hasta conformar esa hipérbole de sobrecejo. Las confesiones de un marido infiel, las razones del suicidio de un ser querido, el incremento del precio de los víveres. Revelaciones, todas, que llevarían a tamborearse el pecho con los puños a quienes no hubieran educado  el sensorio en las penurias de la flema. Incluso a convulsionarse en apopléticos furores.
            Mostrando mi vena irreverente, se me ocurre que quizá lea un libro religioso, un catecismo o manual de similar observancia, y se asombre de la cantidad de estupideces que la gente es capaz de creer. ¿Y por qué está abierto el libro por la mitad? Ningún libro, pasada su primera mitad, concita semejante demencia en la mirada. A los libros se los ve venir. Eso significa que lo ha abierto por esa página, o una página muy cercana. El hecho de que lea de pie indica que lleva poco tiempo leyendo, poco tiempo asombrándose. Concluyo que se trata de un diario. Confidencias de un ser querido que, por inesperadas, le afectan de forma desasosegante. Tendré que esconder mejor mi diario secreto. No quiero que mi mujer sufra el mismo espanto.

Zaragoza, 18 de febrero 2015

miércoles, 11 de febrero de 2015

Música sin complejos



Música sin complejos. O mejor, músico sin complejos. Música desnuda, músico en camiseta. Mientras pegaba la foto en este documento mi hijo ensayaba al violín el famoso cuarteto de Boccherini. Cuarteto que hizo famoso a un quinteto, El quinteto de la muerte, film británico protagonizado por un jovencísimo Alec Guinnes.
            La música de violín es una música que no admite grados intermedios: o es melodía en espirales bailables o es chirrido. Mi hijo conjuga ambos estados con tenaz afán. El personaje de la foto, violinista famoso de origen ruso y nombre judío: Yehudi Menuhin, posiblemente circularía por la vía de la espiral bailable, o sublime tocable. El violín es un instrumento que parece pensado sólo para virtuosos. Uno puede ser un buen pianista, o acordeonista, o trompetista, sin llegar a ser un virtuoso del instrumento. Un violinista no. No hay buenos violinistas que no sean virtuosos. La técnica que se necesita para sacarle el jugo musical a ese pequeño instrumento de aspecto frágil es tan sobrenatural que suele achacarse su logro a intervención diabólica. Así ocurrió con Paganini. Y en muchas historias aparece este vínculo: violinista y diablo, virtuosismo a cambio de vender el alma. Y el caso es que su virtuosismo, el virtuosismo con el violín nos parece tan elevado, tan remunerador, tan fuera de este mundo, que el precio de un alma no nos parece caro. Los hay que la venden por menos, por casi nada (y aquí podríamos poner los nombres de muchos políticos, financieros y donjuanes).
Porque la música, ¿cabalga en la armonía o es la armonía? Para responder a la pregunta nada mejor que unas variaciones para espasmos fulgurantes a manos de Yehudi Menuhin.

Zaragoza, 11 de febrero de 2015

miércoles, 4 de febrero de 2015

Aprendiendo a nadar y guardar la ropa



Aprendiendo a nadar y guardar la ropa, en este caso el uniforme. La mano alzada, como para ver si llueve, no sea que el acto se desluzca. La juventud fuerte, sana y bien formada que les “ponía” a todos esos líderes nacionalsocialistas, nido de pederastas y mariconas vergonzantes. Temblaba su tejido epitelial si veían a un joven rubio, con jersey claro, el sol resaltando sus hebras de oro mientras cantaba una canción patriotico-bucólica. Hay una escena en la película Cabaret que muestra perfectamente lo que quiero decir. Tiene lugar en una cervecería al aire libre. La balada de un muchacho, su pelo rubio iluminando el día, hace que los corazones de los clientes, cien por cien alemanes, se levanten y, con miradas que no desenfoca el orgullo, se pongan a acompañar al chaval, brazo en alto, en salutación al sol que más calienta. Qué fácil es sentir la patria en tardes de oro frágil y cristal y primavera.
            Un bucolismo patriótico similar he visto a veces en Euskadi, en caseríos, en sitios rurales donde crece el roble. Al sonido del chistu y el tamboril, los aldeanos y los que no lo son pero comulgan con ruedas nacionalistas, ponen cara de casi llorar, un nudo se les sube a la garganta y varios “Gora Euskadi” se escapan como sin querer. El frontón, la pelota, el roble y el bacalao al pil‑pil. Creen no necesitar más. Y a tenor de su coeficiente intelectual, pueda que sea cierto. Claro que la foto de arriba tiene más ramas por donde descolgarse. La Fe y las Jons, el nacionalismo patriotero español, la Falange, la OJE, la FAES y todas las organizaciones cilicio con las que hemos tenido que hacer penitencia. O igual estoy siendo injusto y la fotografía sólo muestre una parte de un ejercicio gimnástico: ahora un brazo, el derecho, luego alzar el otro, así, alternando, derecho, izquierdo, derecha, derecha, derecha… ¡Heil!

Zaragoza, 4 de febrero de 2015