jueves, 30 de julio de 2015

Patentar las religiones

¿Cuánto tardarán las religiones en cotizar en bolsa? La religión, quien lo duda, es hoy un gran negocio. Aunque no publiquen sus resultados, aunque todavía no coticen en los mercados de valores, todos sabemos la cantidad de bienes (inmovilizado) que poseen, su gran liquidez (cash-flow) y las pingues sinecuras que obtienen de los gobiernos. Centrándonos en la religión que nos pilla más a mano, el catolicismo, nadie que no sea un ingenuo ignora los tesoros artísticos y bienes materiales que encierra el Vaticano. Y eso es sólo una sede, la sede central, pero tiene posesiones y tesoros en todo el orbe, delegaciones ricas en fastos (crucifijos, cálices y otros aperos de la liturgia) y una parroquia fiel que contribuye dominicalmente con pequeños óbolos. Un estudio realizado por una organización caritativa estimó que con la mitad del presupuesto en armamento de los Estados Unidos para un solo año, podría darse alimentos y agua a todo el mundo necesitado. Sólo la mitad. Aún les quedaría para misiles y otros pertrechos bélicos. Yo, por mi parte, estimo que el dinero y los tesoros inutilizados de la Iglesia Católica, sólo en su sede central, sita en Roma, daría para muchos presupuestos armamentísticos norteamericanos. Pero los católicos ven el hambre del tercer mundo y lo único que se les ocurre es rezar, que es gratis, y prohibir el condón. La jerarquía, quizá por miedo a la desposesión, insiste en la oración como mejor remedio. Y no les importa rezar contra el hambre vestidos de púrpura, con clámides moteadas de estrellas de oro, su visión de lo adecuado deformada por un escolasticismo chatungo. Pero si vendiesen la mitad de su patrimonio (aún les quedaría la otra mitad) y utilizasen su influencia y poder para llegar a las zonas hambrientas del planeta, acabarían con el hambre y la necesidad. Pero eso no lo dicen, lo ocultan, defienden el status quo con sofismas de cartulario. Y mientras, los tesoros se pudren en los sótanos del vaticano, la iglesia española exige más dinero al gobierno, un gobierno laico que no debería darle ni un duro, pero que se lo da, y sin rechistar. Quizá es que estos caritativos cristianos lo necesiten para sus feroces campañas contra el aborto, los condones y los matrimonios gays. La pederastia no, contra eso es mejor no oponerse, pues a muchos sacerdotes todavía les pone el contemplar la encendida veste roja del monago.


Zaragoza, 29 de julio de 2015

miércoles, 22 de julio de 2015

Los jóvenes y la filosofía

¿Por qué no parece creíble la escena que he compuesto? Es más, su poca lógica lo transforma en chiste y nos hace sonreír. No imaginamos a los jóvenes afilando silogismos con excitante raciocinio, ni estar educados en el sacro pavor del anacoluto. Hoy la juventud la imaginamos prendida de un móvil y hablando de videojuegos o tecleando mensajes en Tuenti. Incluso los podemos imaginar con bufandas acudiendo al fútbol. O confundidos, en la noche helada, con participantes de un botellón. ¿O quizá la incongruencia entre los jóvenes de la foto y los diálogos se deba a que tienen aspecto de pijos, más dados a hablar de cilindradas y marcas de ropa que de ontología? Si hubiéramos puesto a chavales con gafas gruesas y acné, vestidos de forma informal (¿No es forma informal una contradicción, u oxímoron?), con el pelo descuidado y barbita de varias semanas, la cosa hubiera cambiado. Sólo alterar el aspecto de las personas y su vestimenta, la escena podría haber resultado creíble. Por lo tanto no es la juventud culpable de cómo se la juzga hoy sino cierta juventud. En mis tiempos, cuando yo tenía la edad de esos muchachos, allá por los 1970’s, esa conversación también hubiera sido poco creíble. Por lo menos en mi círculo de amistades. Las preocupaciones de los jóvenes, en mis tiempos mozos, era la política (clandestina), las mujeres (inaccesibles) y los bares (demasiados). Hoy los jóvenes tampoco se inclinan por discutir a Husserl (¿quién se lo reprocharía?), prefieren Internet (de moda), las mujeres (un poco más accesibles) y la litrona (vergonzoso). Y ya que estamos, ¿sería preferible una juventud que en el ardor de los veinte años se entretuviese leyendo a Husserl? La juventud que no lee a Husserl sabemos lo que da de sí: conformará una sociedad parecida a la que ayudamos a conformar nosotros. Una juventud que sustituyese los deseos no permitidos (libidina illicitas), la masturbación y la charla insulsa por lecturas de Husserl, no quiero ni imaginarme a dónde conduciría. Porque uno siempre ha tenido la sospecha de que pensar es no saber existir.


Zaragoza, 22 de julio de 2015

miércoles, 15 de julio de 2015

La arrogancia de los científicos

La frase que he escrito en el bocadillo de este doble de Einstein es atribuida a este gran científico. El categórico enun-ciado da pie para preguntarse por la arrogancia de los científicos. Einstein, cuando pronunció la frase sólo quería subrayar la fuerza de una teoría cuando cumple sus dos características fundamentales: belleza y concisión; una dualidad que usurpa el papel de núcleo epistémico y hace que la realidad se rinda a esa verdad emitida por los teorizadores. Sin embargo la sentencia puede a la vez ser representativa de cierta arrogancia que suele hacer acto de presencia en los predios de la ciencia. En la ciencia, pero más en los científicos. Sólo hay que ver la intransigencia que muestran los ortodoxos de esta disciplina con los que propugnan teorías novedosas o extravagantes, teorías peculiares que al final pueden resultar acertadas (Alfred Wegener y su deriva continental), o no acertadas (Wilhelm Reich y sus cajas de orgón), o simples disparates (Velikovsky y sus mundos en colisión). Lo que menos importa en estos casos (me refiero fuera del ámbito científico) no es lo acertado o errado de la novedad, sino la manera cruel e inmisericorde con que la ortodoxia científica trata a los acusados de heterodoxia, a los “disidentes” (disidente no es sino el que se sienta aparte). El caso de Wilhelm Reich es paradigmático: se le denunció, se le destruyó el laboratorio, se le encarceló y se hicieron desaparecer sus libros. Su muerte en prisión fue considerada por su familia como un asesinato. A Galileo la Iglesia le hizo abjurar, a Giordano Bruno lo quemó en la hoguera, y nuestros modernos científicos, erigidos en Iglesia del Raciocinio, proceden a veces de la misma manera. Menos mal que sólo a veces. De todas maneras, para ser justos con ella, la ciencia es una disciplina donde se puede disentir y donde no vale opinar si no se aportan pruebas. Es la única doctrina por cuyas verdades, hasta ahora, no se han originado guerras. Nadie se mata, todavía, por defender las ecuaciones del electromagnetismo. Todavía.


Zaragoza, 15 de julio de 2015

miércoles, 8 de julio de 2015

¿Hasta cuándo es conveniente vivir?

¿Hasta cuándo es conveniente vivir? ¿Es mejor una vida larga llena de achaques y dolores o una existencia corta vivida en plenitud? No hay joven que no se decante por esta segunda opción, pero a medida que transcurren los años, cerca de la vejez y sus consabidos achaques, pocos mantendrían tan radical elección. Inmersos en la ancianidad, o senectud (qué dura es la palabra vejez), el ánimo entorpecido por el miedo a la muerte, la idea de seccionar la vida en el momento en que ésta se degrada, es sostenida por unos pocos héroes eutanastas.
            Decía Cioran que añoraba los tiempos en que los hombres morían de su primera enfermedad. Hoy la ciencia médica se vanagloria de poder mantener con vida a vegetales en coma, a seres perforados por tubos y alimentados por sondas. ¿A qué tanta vanagloria? Esta gloria médica no deja de ser una vergüenza social. ¿A quién le interesa que personas que han alcanzado el estado vegetal o mineral sigan con vida? ¿En nombre de qué se puede negar a un hombre el derecho a morir dignamente? Pero en nombre de hipócritas dioses, de hipócritas puritanos y centinelas del eterno descanso se penaliza el ayudar a bien morir a un semejante. ¿Para cuándo el consorcio del suicidio legal?
            Ya Fernando de Rojas nos dijo que la vejez era mesón de enfermedades, congoja de continuo, llaga incurable, mancilla del pasado, pena de lo presente, cuidado triste de lo porvenir, vecindad de la muerte. Y a pesar de todo ello los ancianos de hoy se empeñan en prolongar ese largo suplicio incluso en las condiciones físicas más deplorables. Porque la vejez sana, lúcida, puede ser un don, pero aquí nos referimos a la otra, a la que camina con pie inseguro (incerto pede), a ese oprobio que la ciencia ayuda a prolongar sin sentido. ¡Oh, vejez mala de malo!



Zaragoza, 8 de julio de 2015

miércoles, 1 de julio de 2015

El culto al dinero

El culto al dinero en nuestra sociedad adquiere tintes preocupantes. Hoy todo se compra y se vende, desde la justicia, el honor, un cuerpo o una finca. Si el dinero, o el oro, es identificado por los freudianos con las deposiciones, con las heces, está claro que vivimos en una época de mierda.
            Con harta frecuencia se dice que cada uno de nosotros tiene un precio. Algunos, por pocos denarios, cuentan sus miserias en programas basura de televisión, otros, por mucho dinero, corrompen concejalías para recalificar terrenos. Incluso se compran diputados (véase el caso del tamayazo) y senadores (véase el filón del cine político hollywoodense). Pero la gente, en vez de hacer frente común contra el omnímodo poder del dinero, hace fila para ser el próximo en conseguir regalías pecuniarias a cambio de lo que sea: levantar falso testimonio, engañar a una anciana con preferentes o vender su intimidad. Poderoso don Dinero. Pero el dinero, que no es tonto, también sabe disfrazarse para engañar mejor. Y así surgen los premios literarios (algunos), las becas de estudio, los estipendios para las artes, los viajes a congresos y otras formas parecidas de crear agradecidos.
            Uno de los momentos de mi vida en que pasé más vergüenza ajena, momento en el que descreí de la justicia, fue cuando leí en la prensa que al ser detenidos conocidos narcotraficantes gallegos (Operación Nécora), prestigiosos catedráticos de derecho, merceros de la moral judicial, casi se pegaban por obtener la defensa de semejantes seres repugnantes. Uníanse así repugnantes con repugnantes. Poco faltó para que saborease la acerba sustancia espesa del vómito. Ya dijo Nietzsche que el hombre es materia, fragmento, residuo, arcilla, barro, locura, caos. Y sobornable.


Zaragoza, 1 de julio de 2015