miércoles, 27 de enero de 2016

La vida como un juego

¿Es la vida un juego? Y si así fuera, ¿quién ganaría? ¿El que primero llegue a la meta? No creo que nadie admitiera esta modalidad, pues la meta de la vida, donde todo termina, no suele ser un lugar al que nos guste llegar, pese a los premios que algunas religiones ofrecen al cruzar la línea. La gente, más bien, opinaría lo contrario: la meta sería ser el que llegara el último, durar. Pero, ¿es durar, sin más, un objetivo deseable? No, no lo creo. Las estrellas que más brillan duran menos, como las bombillas, como los nexus-6 de la película Blade Runner. Está de moda entre ciertos estamentos artísticos que es mejor brillar en la juventud, alcanzar cotas excelsas de luminosidad, aunque se extinga uno después sin conocer la vejez o incluso sin llegar a la madurez. Sería el caso de Rimbaud, que nos lo quieren meter como ejemplo, Rimbaud, un tipo que después de unos versos fulgurantes se dedicó a la trata de esclavos en África y que murió llevando un cinturón con monedas en un bolsillo interior. Pero eso no nos lo dicen, quieren que veamos sólo su juventud de poeta maldito e iconoclasta. ¡Merde! Se empeñan en que el artista muera joven y deje detrás una leyenda. Y es que el joven es más fácil de seducir que los viejos con estos cantos de sirena, porque el joven, en su inconsciencia, no teme a la muerte, y el anciano sí. El suicida que deja pasar varias oportunidades de autoliquidarse, sabemos que nunca lo hará. Los falsos suicidas se acostumbran a la melancolía de las cosas inacabadas. Esta drástica decisión debe realizarse cuando se piensa por primera vez, el suicidio tiene su momento, momento que, si no se aprovecha, se malogra, y uno se ve abocado a la vejez, a dejarse desfallecer al borde del vacío puro. Otro método para no suicidarse es hablar mucho en favor del suicidio, escribir encomios sobre tan drástica decisión, ensalzarla incluso, incitar al prójimo exhibiendo en sus narices la futilidad de la existencia. Fue lo que le ocurrió a Emile Cioran, el rumano que sólo veía podredumbre, hombre capaz de decir: vuelve por fin con la rosada aurora la luz aborrecida. Pues bien, Cioran fue el caso más clamoroso de no-suicidio. Dejándose morir de viejo, desvalorizó sus escritos.


Zaragoza, 27 de enero de 2016

miércoles, 20 de enero de 2016

El mundo oficinesco

El mundo oficinesco necesita su Shakespeare, o su Joyce; o mejor, su Kafka. Hay unas escenas en la película El proceso, de Orson Welles, basado en la obra homónima de Kafka, que recoge de forma magistral el alma de las oficinas modernas: un Anthony Perkins en el papel de Joseph K. se planta delante de una inmensa oficina con filas e hileras de mesas todas iguales, todas ocupadas por empleados prescindibles y uniformes. Algo parecido se muestra en la película El apartamento, de Billy Wilder, creo recordar. Hoy, en las oficinas, para evitar reflejar esta desolación anímica, se disfraza el paisaje diáfano y uniforme mediante mamparas, creando recodos y espacios pequeños que pretenden humanizar el entorno. Pero para humanizar los entornos se necesitan “humanos”, y estos no predominan en estos recintos. En todas las oficinas hay un par de vagos, un par de maldicientes, tres o cuatro pelotas, una tía muy buena, dos o tres mozas a las que se les haría un favor (o dos), una maruja de tetas sueltas (inclinatae mammae), dos potenciales jefes que se aplican en silencio a su labor de sortear la inanidad del tráfago mundano oficinesco, un jeta divertido que ameniza algunas mañanas, un sindicalista con pocas ganas de trabajar, un par de gordos que se juntan para comer en un cuartucho (con la excusa de comida de dieta, evitan que veamos las porquerías que los mantienen rollizos), y jefes, muchos jefes, jefecillos de un solo galón que creen que la banalidad es una inteligencia, e incluso jefazos de varias estrellas y secretaria temible. Y yo, por supuesto. Y un par de compañeros normales, que son mis amigos. Lo curioso con mi descripción es que sería la misma la hiciera quien la hiciera. Y según quien lo hiciera yo estaría en un grupo u otro (en el de los gordos no, ni en el de las chicas, y espero que tampoco en el de los pelotas). En las oficinas, la solidaridad que suele darse en los talleres (cada vez menos) se sustituye por afinidades de gustos: los cinéfilos, los que gustan de los libros (yo y otro), los futboleros, los que comparten quinielas y otras suertes del azar, los que tienen despacho, los que hacen de la informática su pasión, los que apoyan a un partido o a una idea. Perdón, idea no. En las oficinas modernas no hay ideas. Sólo nos faltaba eso: pensar.


Zaragoza, 20 de enero de 2016

miércoles, 13 de enero de 2016

Los primeros robots

En los últimos tiempos se está anunciando que los robots están por llegar y se expandirán entre los hogares como antaño los ordenadores. Y uno se pregunta, ¿qué tipo de robot será la punta de lanza de esta novísima industria, cuáles serán los primeros robots que se explotará de forma intensiva? Algunos, ingenuos, creerán que las investigaciones se encaminan hacia el robot doméstico, un androide que realice las tediosas labores del hogar o hagan de canguro para los niños. Pero cualquier avezado en modernidades, y con sólo echar un vistazo a su alrededor, a la propaganda, a la fuerza más viva de Internet, podrá advertir que la rama estrella de la robótica, aquella que atraerá a los más cualificados artesanos y técnicos (pues será la que mayores beneficios reporte) será la industria del sexo. Así ha sucedido con cualquier etapa tecnológica. Los vídeos impusieron el sistema VHS sobre el Beta (ostensiblemente mejor) porque la industria de películas pornográficas de Estados Unidos eligieron este sistema. Hasta hace poco los DVD’s de sexo superaban la venta de videojuegos. Internet está plagado de páginas de sexo. Prueben a poner la palabra “sexo” en cualquier buscador y observen el número de entradas que les da. Cuando se lancen los robots, no pierdan cuidado, la industria del sexo será pionera. El sexo que empuja con todo su peso las puertas de la tecnología. Bajo la consigna ciberótica: “Más placentero que hacer el amor COMO una máquina, es hacer el amor CON una máquina”, las sex-replicantes invadirán los sex shops y acabarán con las profesionales humanas dedicadas a la prostitución. Y es que una sex-replicante tendrá muchas ventajas sobre las actuales follatrices: no sólo su furor, más que uterino, será iterable (capaz de repetirse) sino que serán más sumisas, tendrán cuerpos más perfectos o adaptables, podremos programarlas para que satisfagan nuestros más perversos placeres y, cima de las ventajas, no olerán a sudor ni transmitirán enfermedades contagiosas. ¡Y yo con esta edad!


Zaragoza, 13 de enero de 2016

miércoles, 6 de enero de 2016

La caja tonta que entontece a los tontos

El cinematógrafo, decía mi maestro Mairena, es un invento de Satanás para aburrir al género humano. De haber conocido Mairena la televisión, y su inmenso poder para aburrir, ¿a quién hubiera echado la culpa de su creación? Seguramente a alguien peor que Satanás, seguramente al hombre mismo, y hubiera acertado. Pero no es sólo el poder de aburrimiento de la denominada “caja tonta” el que debe preocuparnos sino su poder hipnótico, su poder de uniformización en la abyección y en lo degradante. Este poder ya lo intuyó George Orwell, poniendo en cada hogar de su novela 1984 una pantalla que era ojo del Gran Hermano, pero se equivocó en la manera de usarlo: no nos miraría él, miraríamos nosotros. Variación quizá pequeña, pero que ha demostrado ser más eficaz para mantener inermes y sumisos a los ciudadanos. La TV es una amnesia. Ray Bradbury también ponía un televisor en cada hogar en sus distopía Farenheit 451. Pero como acontece hoy (¿atontece hoy?), los ciudadanos eran los que miraban. En los tiempos pre-televisivos, las familias, a la mesa, o al calor de la chimenea, hablaban, conversaban. Hoy, haciendo de la necedad virtud, la mayoría de los ciudadanos comen viendo la televisión, un gran error, pues no sólo evita la conversación, evita también apreciar el sabor de los alimentos. La próxima meta de esta tendencia es clara, pues la muestran los filmes estadounidenses: bandejas de comida preparada especialmente para ver la televisión. Y díganme, ¿qué puede votar, si vota, una familia que come vituallas basura en bandejas de plástico frente al televisor? ¿Lo adivinan? Pues los políticos y poderosos también lo han adivinado. Y propagan, falsamente, que entes de la televisión la vida oscilaba en una esfera de silencio y extravío. La televisión es hoy, sin duda, la principal herramienta de doma del ciudadano. No me miren con esa cara: ¡Lo ha dicho la tele!


Zaragoza, 6 de enero de 2016