miércoles, 29 de marzo de 2017

Oscura semblanza de la humanidad

La humanidad es una abstracción, un conjunto que se compone de unidades: los hombres. Juzgar u opinar sobre la humanidad es juzgar y opinar sobre un conjunto dispar de seres. Y sin embargo nada más fácil que opinar sobre la humanidad, ni tan reconfortante. Lo más curioso de estas opiniones es que son en su mayoría negativas, descorazonadoras. Pocos alaban a la humanidad y son legión quienes la denigran. Y entre los denigradores se encuentran eminencias del pensamiento y la cultura. Y eso da miedo. Si las personas consideradas más inteligentes ven a los humanos como una falla biológica, un chirrido en la música de las esferas (Karl Kraus), unos meros chimpancés vestidos (Minsky), una masa insensata e imbécil (Voltaire), seres a los que no les es posible ser buenos ni cuando son buenos (Porchia), una maquinita de vivir (Macedonio Fernández), algo falla, algo ven en esta especie a la que pertenecemos que debería, además de asustarnos, hacernos detener en nuestro imparable progreso y reflexionar seriamente sobre nuestra condición. Quizá sea nuestra soberbia de creernos especie elegida, aunque compartamos el 99% de nuestros genes con el chimpancé, aunque se nos repita por los antropólogos que no representamos mucha originalidad con respecto al resto de los mamíferos (Arsuaga), aunque se nos recuerde que fuimos peces durante varios millones de años. Esta degradación de la especie culmina en Dachau y en Hiroshima y en Irak. Pero ya lo dijo Ramón Gómez de la Serna: “La humanidad no escarmienta sino por los bombardeos”. Pero la historia, ese parte clínico de la irracionalidad de los hombres, le quita la razón. O es que quizá se necesiten más bombardeos. Pero cuidado con los bombardeos, pues recuérdese que somos primos de los chimpancés y que, como dijo el sociobiólogo E. O. Wilson: “Sospecho que si los baboons hamadryas dispusieran de armas nucleares, destruirían el mundo en una semana”.  Y hoy es domingo…


Zaragoza, 29 de marzo de 2017

miércoles, 22 de marzo de 2017

La emancipación de la mujer

El tema de la mujer, como ella misma, es inagotable. La gente no es consciente del largo recorrido de la emancipación de la mujer en nuestro país en los últimos cincuenta años. Yo recuerdo, en mi infancia y adolescencia, que la mujer casada no podía firmar documentos sin la firma del marido, ni realizar contratos, ni votar (ninguno podíamos, la verdad), debía acudir a misa con los brazos y la cabeza cubiertos (¿no les recuerda al conflicto de los velos musulmanes?), no podían ponerse pantalones, ni protestar por los golpes recibidos del marido. Todo eso lo he vivido yo. La diferencia de aquellas mujeres con la mujer de hoy es abismal. Y esto no va tanto dirigido contra esas mujeres que se quejan de su falta de oportunidades (que también) cuanto contra los hombres que hoy también se quejan del protagonismo de la mujer. ¿Qué más quieren?, dicen estos hombres apabullados por el imparable ascenso profesional de la mujer. ¡Lo quieren todo, igual que tú, mamón!
            Es curioso, pero no ha existido otra figura (ser, criatura, persona, imagen) más unánimemente desprestigiada a través de los siglos que la mujer. El poder (patriarcal), la religión, cualquier cultura antigua ha menospreciado a la mujer. La religión quizá más que otras instituciones. Y no nos referimos sólo a esas religiones como la musulmana, que todavía conservan ese menosprecio atávico (un dicho árabe dice que la mejor recompensa que un hombre puede tener es ver su honra –la mujer‑ cubierta por la tumba) sino cualquier religión hoy en vigor, como la católica. Y no me baso en anécdotas antiguas, como que en el Concilio de Macon, en 585, se sometiera a discusión el libro de Alcidalus Valeus titulado “Disertación paradójica en la que se intenta demostrar que las mujeres no son criaturas humanas”. No, hoy la iglesia sigue predicando el sometimiento de la esposa al esposo y haciendo posible que jueces “carcas” y reaccionarios, muy católicos ellos, achaquen a la mujer violada el haber provocado a su violador. Otras veces, pretendiendo ser más transigentes, abogan por un: “Yo no pido a una mujer que sea púdica. Le pido que lo parezca”.
            A ellos, a los despreciadores de lo femenino, les deseo un cambio de sexo. A lo mejor no pensaban igual.


Zaragoza, 22 de marzo de 2017