miércoles, 28 de junio de 2017

La mujer, los poetas y el dolor

¿Por qué la imagen del dolor resalta más, parece más real, en el rostro de una mujer? ¿Será que el dolor va unido a la sensibilidad, que lo propaga y lo amplifica? La mujer pasa por ser más sensible que el hombre. Y si es poeta, doble sensibilidad. Ya lo dijo Aleixandre: “Sí, poeta; el amor y el dolor es tu reino”. Como hemos dicho, si unimos a la cualidad de poeta el de ser mujer, obtenemos la antena más precisa para recoger el dolor en todas sus variantes. Y esa antena bien puede llamarse Alejandra Pizarnik: “Yo no sufro, yo no digo sino mi asco por el lenguaje de la ternura”. Pero mentía, sí sufría, y mucho. Acabó con su vida tomando un tósigo. Se envenenó. Otro poeta que sufrió lo indecible fue César Vallejo: “Me duelo ahora sin explicaciones. Mi dolor es tan hondo, que no tuvo ya causa ni carece de causa”. Sí, la mujer y los poetas son los sufridores de este reino donde impera el desamor. Cuando se quiere resaltar el dolor de una catástrofe, de un atentado, se recurre a las mujeres, mujeres madres, mujeres esposas, mujeres con lagrimales secos de tanto llorar. No sé si el dolor nos hace mejores o simplemente nos endurece, nos hace callo en el ánimo. Decía Umbral, Francisco, que había que beber a chorros del dolor, beberlo a morro. Pero de todos los dolores se bebe a morro. Quienes se preparan una copita de dolor y lo saborean como un enólogo, ése no sabe lo que es el dolor. El dolor no se deja domesticar. El dolor tampoco se olvida. El dolor que se olvida no es dolor. ¡Dichoso el árbol que es apenas sensitivo, y más la piedra dura, y más la nada!


Zaragoza, 28 de junio de 2017

miércoles, 21 de junio de 2017

La molesta manía de regalar

Vivimos una época de consumo desaforado, desbocado. Se compran regalos para los cumpleaños, los santos, las despedidas, los matrimonios, los divorcios, por San Valentín, por San Cucufato, cualquier efeméride es válida para lanzarse en busca del objeto de regalo ideal. Pero la oferta de objetos ideales, idóneos, es tan grande que los despersonaliza y los vuelve ordinarios, cuando no fuera de contexto. Pero hay que regalar, hay que regalar… Es el mantra de nuestra sociedad del despilfarro: “hay que regalar”. Y nos regalan, regalamos. Nos regalan y regalamos objetos inservibles que uno no sabe dónde ocultar, dónde esconder, cómo deshacerse de ellos. La mayoría son bibelots que terminan en las estanterías, entre los libros, lo que provoca que se caigan o que haya que apartarlos para sacar un determinado tomo, lo que a su vez provoca que renunciemos a la lectura para no tener que reordenar toda la morralla que entorpece la extracción de los libros. El regalo de compromiso deviene así el peor enemigo de la lectura. El regalo de chuminadas es hoy tal negocio que al menos dos veces al año los semanarios de los principales diarios nos regalan suplementos donde se muestran con profusión estos preciados y codiciados objetos con los que torturar a parientes y amigos. Y entre sus páginas uno descubre dónde se ha refugiado la inventiva de los diseñadores y creativos. Es así que uno puede encontrar objetos tan inútiles como el temporizador de pasta cuya foto acompaña esta crónica (lean su utilidad, su funcionamiento, lean y abochórnense), o el sacacorchos hidráulico y diseño ergonómico, el limpia pipas con cadenita para sujetarlo al batín (¿Quién coño lleva hoy batín en casa?), la pluma estilográfica que es a la vez despertador, los calcetines con bolsitas que recogen el sudor, las pantuflas con calefacción eléctrica, el condón que emite gemidos de placer, las tijeras a vapor, el abre-cartas que es a la vez termómetro, un calendario que se rige por el rito milanés. ¿Para cuándo el bibelot que repita al comprador, cada minuto: “imbécil”?


Zaragoza, 21 de junio de 2017