miércoles, 29 de noviembre de 2017

Elogio del humor

El humor, para Freud, era una forma liberadora de enfrentarse al mundo y de rechazar sus agresiones. ¿Qué mejor forma liberadora que cambiar de prisma? La viñeta que acompaña a este texto podría representar el vil apaleamiento de un manifestante, pero por arte de un cambio de vista imprevisto se troca en algo humorístico. En estos casos un resorte íntimo nos lleva a la sonrisa o a la carcajada, y la vida fluye más ligera y las pesadumbres pierden su aciago tinte. La risa, casi me atrevería a decir, está en la base de todas las revoluciones y sublevaciones. Porque lo establecido, el poder monolítico, es serio siempre, y el sentido del humor lo debilita, lo confunde, lo desarma o lo desviste. Otra cosa es que después la revolución ser torne a su vez seria y reemplace la tiranía derribada. Otros vendrán que aplicarán a la nueva situación de dictatorial seriedad su corrosivo humor. Y es que la política y el humor están reñidos. Ya lo sabía Gómez de la Serna: el ser humorista me ha costado no ser ministro por incompatibilidad de cargos. Pero el “ser humorista” de Ramón no se refiere al que construye el humor, a quien lo forma, sino al bufón, al que provoca risa, al político. Siempre hay que reírse de los políticos. Ante un político hay que repetir la frase de Horacio: Risum teneatis, amici? Que se anuestra por: ¿Podéis contener la risa, amigos? Porque el humor, entre otros beneficios, desdramatiza. El humor es incluso capaz de reírse de sí mismo y es por ello una forma eficaz de autocrítica. Sin humor sólo nos quedaría someternos, adoptar la seriedad de los próceres y los sacerdotes, sucumbir a lo sagrado, refrendar los dogmas y por ello, la injusticia. El mundo, dijo Horacio Walpole, es a la vez una comedia y una tragedia: una comedia para el hombre que piensa y una tragedia para el hombre que siente. El verdadero humorista reúne a esos dos hombres en uno. Acabemos con un apotegma del sentencioso Doctor Johnson: “Pongámonos serios, viene un tonto”.


Zaragoza, 29 de noviembre de 2017

miércoles, 22 de noviembre de 2017

La soledad del corredor de fondos

¿Hay mayor soledad que la soledad del alto inversor? ¿No está solo George Soros en su despacho en las alturas, pensando en hundir una débil economía para aumentar su ya desproporcionado patrimonio? ¿En quién pueden confiar estos tiburones de las finanzas? Un amigo no sería para ellos sino un cliente potencial o una víctima propiciatoria a quien esquilmar hasta la ruina. Te pide los ahorros para estrujarlos y sacarle zumo de réditos, réditos cuya mayor parte irán a engrosar su capital. Están solos porque se lo merecen, algunos porque así lo desean. Alguien a su lado podría traerles recuerdos de un ser llamado prójimo y hacer surgir en ellos un mínimo de conciencia que podría echar al traste su próxima operación. Porque todas sus operaciones generan víctimas. Víctimas inocentes (algunas no tanto, no lloremos, por ejemplo, por las víctimas de Madoff) que, además, no se enteran: pequeños propietarios de empresa que ven disminuir el precio de su producto en los mercados, inmigrantes cuyas remesas de divisas valen ahora menos en su país, poseedores de hipotecas que no saben por qué suben los intereses de las mismas, consumidores de alimentos o de gasolina que ven aumentados los precios sin comerlo ni beberlo. Porque un simple bufido en una de estas oficinas de magnates financieros puede desencadenar un terremoto bursátil en Taiwán. Por seguir con George Soros, decía este especulador que el mercado vota todos los días. Y si no, que se lo pregunten a los argentinos en época del “corralito”, a los irlandeses, griegos, portugueses y españoles en la actual crisis. Ellos, los dueños del dinero, defienden su codicia diciendo que quien dice no amar el dinero es un mentiroso, a no ser que lo demuestre, en cuyo caso sería un tonto. Y es que el dinero es poder en abstracto, es felicidad en abstracto. Pero consolémonos con esta afirmación de Fernando de Rojas: “Más son los posseýdos de las riquezas que los que las poseen”.


Zaragoza, 22 de noviembre de 2017

miércoles, 15 de noviembre de 2017

El sexo y la intelectualidad

¿Será verdad, como dice el chiste, que el sexo está reñido con la intelectualidad, con el raciocinio? La verdad es que de pocos filósofos o pensadores puede decirse que se hayan dado a las mujeres. Más bien propugnaban un cierto alejamiento de ellas, una cierta castidad. Claro que eso es lo que propugnaban, lo que predicaban a sus discípulos. ¡Si los burdeles de la antigua Grecia hablaran, si lo hicieran los de la Roma imperial, los de Königsberg! Bueno, de Königsberg quizá no, pues Kant no creo que los frecuentara, pues habría de ser a hora fija, un coito milimetrado, sin retrasos. Y eso no puede ser. El sexo necesita su tiempo, no está sometido a cálculo ni a razones puras. Se me dirá que por qué para referirse al sexo de los intelectuales me circunscribo a los burdeles y no a los ligues normales, al donjuanismo social. La respuesta es que siendo gente que piensa, que cavila, no se les habrá escapado que el sexo por dinero es más barato que el que se practica con mujeres normales, y que además requiere menos tiempo, causa menos molestias y no deja ataduras sentimentales, detalle éste último siempre de agradecer cuando se persiguen metas intelectuales. Sus ventajas, como he señalado, son múltiples. Además las putas no se chivan de si la tienes pequeña o te gusta alguna que otra perversidad. O si lo hacen, la indiscreción no tiene trascendencia social. Pero si se supiera en los círculos académicos, su filosofía se resentiría. O a lo mejor no. Siempre se ha dicho que a Sócrates le gustaban los jovenelos. Y esa circunstancia no ha empañado su filosofía. Claro que su filosofía la escribió Platón, que fue jovenelo durante la madurez viril de Sócrates. Hay dios, que esto me está llevando más lejos de donde quisiera. Me detengo aquí por prudencia filosófica.


Zaragoza, 15 de noviembre de 2017

miércoles, 8 de noviembre de 2017

¿Es la historia el error, el gran error?

¿Es la historia un conjunto de hechos que no tenían que haber sucedido? Esto opinaba el polaco S. J. Lec, donde la S.J. no está por la Compañía de Jesús. Y sí, sí que parece la historia un catálogo de cosas a evitar: guerras, genocidios,  levantamientos, revoluciones, abusos de poder, megalomanías criminales… Todo parece darle la razón a Miches Serres, para quien la única ley de la historia es: ¡Qué corra la sangre, que mueran los hombres! Aparte de la muerte de los muchos, otra de las características que sobresalen en los textos de historia es la de sus protagonistas: todos eran reyes, emperadores, generales. ¿Y el hombre común? Olvidado, velado por el oropel de los príncipes, enmudecido por el fragor de los ejércitos. De un plumazo, y con el nombre de un simple monarca, se describen cincuenta años de sufrimientos de los miserables, de injusticias sin nombre sobre la población. La historia debería ser la historia de todos, una materia coral y no el discurrir de los directores temporales del coro, que ni siquiera saben cantar. Tenía razón Unamuno cuando se quejaba de que la historia da razón de los cuatro que gritan y nada dice de los cuarenta mil que callan. Y estos que gritan, en opinión de Karl Kraus, son unos chulos. Aunque más bien serían imbéciles, imbéciles victoriosos. Porque esa es otra: la historia es una sucesión de bobos victoriosos, porque son los que vencen los que la escriben, y hemos dicho que son bobos pero no tontos. Decía Jardiel Poncela que la historia es, exactamente lo que se escribió, pero ignoramos si es exactamente lo que sucedió. Pero podemos imaginárnoslo. Es tan patente que la historia se distorsiona de acuerdo con quien la escribe, que si un ser de otro planeta examinara la historia moderna de España a tenor de los textos educativos de Euskadi, Cataluña, Galicia y Castilla, creería que se refería a países y sucesos distintos y distantes. Quizá no estuviera desencaminado Octavio Paz cuando afirmó que la historia es el error. El gran error.


Zaragoza, 8 de noviembre de 2017

miércoles, 1 de noviembre de 2017

El software primigenio

¿Cómo se les explica hoy a los jóvenes el concepto de Dios? Sí, ya sé que lo mejor sería no decirles nada, olvidarnos de tan adusto señor, pero si hubiera que hacerlo, aunque fuera para explicarles la importancia que tuvo en el pasado y la culpa que tiene hoy en las guerras que asolan nuestras geografías, ¿sería indicado utilizar conceptos trasnochados, hablar del Génesis, de la omnisciencia, explicarle las vías tomistas y demás escolasticismos pasados de moda? ¿Por qué no utilizar nuevos símiles y decirles, como bien lo expresa el personaje del dibujo, que Dios fue el software primigenio, que el programa se llama vida o existencia, y que el videojuego en el que estamos inmersos se llama Mundo o Realidad u otro nombre grandilocuente a la par que genérico? Ellos entenderían mejor estos símiles, habituados a los videojuegos, donde hay héroes y señores tan poderosos como semidioses. Pero si bien el símil del software primigenio pudiera explicar a Dios, ¿cómo explicar la religión? ¿Serían como las instrucciones de un juego? Aquí quizá sería mejor utilizar otro símil no ajeno a la juventud, uno que pertenezca al mundo de los narcóticos. Porque, ¿en qué se diferencia la religión del LSD o el éxtasis, que es palabra mística? Las dos opciones sedan por medio de una fuente externa. Claro que si hablamos de sedar, sería más adecuado utilizar el opio. Además sería una imagen ya utilizada: la religión como opio del pueblo. Pero el opio no está de moda entre los jóvenes. Cambiémoslo por la maría o el hachís. ¿Y el infierno? ¿Cómo explicarles que el programador todopoderoso ha creado un infierno para castigar a quienes no se someten al juego o que, sometiéndose, no superaran las pruebas a las que el juego obliga? ¿No verían en este Dios un sucedáneo de Saurón? ¿Y dónde ubicamos aquí a Gandalf? ¿Ejercería de sumo pontífice, por eso del báculo y la túnica blanca? ¿Y en que consola jugamos, y con qué mandos? Mejor, como he sugerido al principio, sería no decirles nada de este obsoleto personaje.


Zaragoza, 01.11.17