La
risa es una liberación. Quien se ríe, por lo pronto no llora, lo cual ya es una
ventaja. Claro que cuando uno se ríe no puede hacer otras cosas divertidas,
como comer o copular. Pero también impide matar, humillar, zaherir. Y eso es
una segunda ventaja. Pero no deja de ser curiosas esa expresión tan nuestra de
“matar de risa”, que erige al humorista en asesino o verdugo. Ya quisieran
poseer tanto poder. Sería un superpoder, lo que les convertiría en superhéroes.
El hombre que mata con la risa, o de la risa. Sin embargo tiene más sentido lo
contrario: matar de aburrimiento. El aburrimiento es un tósigo que mata
lentamente. Y algo bueno debe tener la risa cuando ha sido mal vista por casi
todas las religiones y todas las tiranías. El cristianismo primitivo ya condenaba
la risa. Tertuliano, Cipriano y San Juan Crisóstomo atacaron los espectáculos
de mimos, las risas y las burlas. San Juan Crisóstomo afirmaba, con esa
seriedad estúpida que otorga el ser uno de los padres de la Iglesia sin
saberlo, que la risa no venía de Dios, sino que emanaba de su enemigo oscuro, su
reverso tenebroso: el diablo. El cristiano necesitaba del dolor, de la
aflicción, de la seriedad del arrepentimiento. El cristianismo es un continuo
recordar que portamos, desde niño, una calavera dentro. Mahoma, por su parte,
prohibía a sus discípulos hacer bromas. También aconseja este profeta no reír
en exceso, pues ello debilitaba el corazón. Una sura coránica dice
literalmente: no abuséis de la risa si no queréis ser repudiados por los
corazones. Y no, la verdad, no nos imaginamos a esos imanes que proclaman la
yihad, a esas bombas andantes al servicio de Al-Qaeda, riéndose. Lo hacen con
total seriedad. Una seriedad mortal, llenos de luto sus corazones. Los judíos
ya hemos visto cómo las gastan. Claro que después del holocausto nazi pocas
ganas les deben quedar para reír y haber bromas. Woody Allen es una aberración,
un hereje. A lo mejor ni es judío. Ni siquiera el dios de los judíos tenía
sentido del humor. Sólo hay que leer las plagas que arrojó contra los egipcios.
En fin. Nos quedaría el budismo, pero claro, el budismo no es una religión
intransigente. Por ahora. Quizá esa sea la palabra clave: intransigencia. Y es
una palabra que no da risa.
Zaragoza,
04.04.16