Donde hay número, hay
belleza.
(Proclo)
Ay,
las matemáticas. Materia abstrusa para la muchedumbre innumerable, doctrina clara
para otros, ciencia de la exactitud temida por escolares, recurso de la
ciencia, sostén de nuestra economía. Las matemáticas han alcanzado hoy un auge
sin parangón en otras épocas. Hoy lo permea todo. Los programas que permiten
que yo escriba en mi ordenador necesitan de su concurso, son su linfa
primordial. Y es que no sólo la naturaleza «habla el lenguaje de las
matemáticas», como dijera Galileo, sino toda la ciencia, la tecnología, el
análisis económico y, por derivación, la lógica. Pues bien, esta materia ha
generado comentarios peculiares de los que me gustaría hacerles partícipes. Son
comentarios de aquellos que la utilizan profesionalmente, de aquellos que la
aman y también de sus detractores. Pero tienen en común la originalidad del
punto de vista. El protagonista de
El hombre sin atributos, de Robert
Musil, Ulrich, un matemático, define el alma como “esa cosa que huye y se
esconde cuando oye hablar de progresiones geométricas”. ¿Que huye y se esconde
cuando oye hablar de progresiones geométricas? Dios mío, ese tal Ulrich quizá
supiera mucho de matemáticas, pero pongo en duda sus conocimientos sobre el
alma. Aunque quien sabe. Ya dijo Platón que el propio dios geometriza. En el
otro extremo, William Blake afirmaba rotundamente que Dios prohíbe que la
verdad pueda ser confirmada por la demostración matemática. Pasión de poeta.
Pero hay poetas que ven en las matemáticas su aliada, es más, su razón de ser.
Es el caso de Paul Valéry: “Sólo percibimos directamente de nuestra «vida»
ecuaciones diferenciales - o derivadas, y de la vida de los demás (o de nosotros
considerados como los demás y como hombres) percibimos la curva. Sólo
percibimos la tangente de nuestra vida”. Demócrito dejó escrito: "Vale más
descubrir una relación causal que recibir la corona de Persia", y el
matemático francés
Poisson aseguraba que las dos razones por las que la
vida merecía vivirse eran descubrir y enseñar matemáticas. Pero a ellos les reconviene
un bíblico José Luis Coll: “A
maos los unos, los
doses y los treses”. O planta la duda un escéptico J. S. Lec: “Dos
líneas paralelas se encuentran en algún lugar del infinito... y se lo creen”.
Algunos intelectuales se emocionan tanto con las matemáticas que
incluso lloran con sus progresos, o eso escribió George C. Lichtenberg: ”No puedo negarlo. Cuando vi
por primera vez que la gente de mi país comenzaba a conocer el significado de
la notación radical en matemáticas, lágrimas de alegría salieron de mis ojos”.
Pero otros intelectuales denuestan esta disciplina: “Las matemáticas no son
ciencia, son los engaños de dos rayitas, el signo igual, una ociosidad fea y
aburrida”. Son palabras de Fernando Vallejo. Y Leopoldo María Panero le sigue:
“La matemática es la muerte de la subjetividad”. ¿Subjetividad? Pero si incluso
se utiliza para saber a quién ha de quererse más, si a la madre o a la novia,
como demostró el humorista Manuel Sánchez Vázquez: "¿A quién quiere uno más, a su madre o a su novia? Es cuestión de matemáticas:
dentro de mi madre he estado nueve meses, y dentro de mi novia voy a estar como
mucho quince días". Incluso hay quien se mata por su lógica, como recoge Max
Aub en sus Crímenes ejemplares:
De Balbino López, comerciante:
”Me mato, señores, porque dos y dos son cuatro”.
Apostolos Doxiadis posee una definición botánica de las
matemáticas digna de ser conocida: “Las matemáticas son como un árbol con
raíces firmes (los axiomas), un tronco fuerte (la prueba rigurosa) y ramas que
crecen constantemente y dan flores maravillosas (los teoremas)”. Hay visiones
matemáticas más esotéricas, como la de Alberto Sampablo: “La matemática tiene
mucho que ver con las palabras y con los movimientos celestes y hay palabras
que cada diecinueve años coinciden en los mismos hombres y en los mismos
significados. Los años climatéricos saltan de siete en siete o de nueve en
nueve. Cada siete generaciones de herreros nace un médico”. E interpretaciones
místicas como la de Novalis: “La matemática pura es religión”. Convicción que
estaría apoyada por George Steiner: “De este modo, hasta en las matemáticas
puras más decididamente ateas o agnósticas existe una cierta rememoración o
celebración encubierta de Dios”. Pero ya antes se les había adelantado Johannes
Kepler: “La geometría existía antes de la Creación. Es co-eterna con la mente
de Dios… La geometría ofreció a Dios un modelo para la creación… La geometría
es Dios mismo”. En fin, para terminar de forma menos trascendente, traigamos
unas sencillas palabras de Pablo Amstel: “Al fin y al cabo, quizás toda la
matemática no sea otra cosa que el resultado de una larga e incierta
introspección”.
no
hay azar
sino
navegación y número, carácter
y
número, red en el abismo de las cosas
y
número.
(Gonzalo
Rojas)
Zaragoza, 4 de marzo de 2019