lunes, 18 de marzo de 2019

El amor y los intelectuales


¿Es el fracaso amoroso algo inherente a los intelectuales? ¿Desprende el fruto de la reflexión un tufo que espanta y aleja al bello sexo? ¿Sábese abocado el pensador al fracaso en las contiendas galantes?



En previsión, la mayoría de los filósofos gradúanse en soledades. Su fantasía reflexiva les hace soñar con huríes de harenes magrebíes y la realidad les depara obesas matronas pintarrajeadas en sus esporádicas visitas a oscuros burdeles. No tienen opción. El celibato se les impone. Su carácter razonador les impide pertenecer al mundo de valentónica, donde florecen esos machos que gustan a las mujeres, sobre todo a las que se quitan las medias a patadas. De los filósofos conocidos, pocos han conocido esposa y aún menos han dejado descendencia. Quizás la mujer de filósofo más conocida sea Jantipa, la mujer de Sócrates. ¿Cómo pudo el hombre más sabio de Grecia casarse con la mujer más insoportable de Atenas? Conteste quien pudiera, o quien supiere. Nos quedamos con la imagen del filósofo graduándose en soledades.
La filosofía es un celibato. Exige demasiado esfuerzo para a la postre, y por todo rédito, no dejar sino un talego de reflexiones gastadas. ¿De qué sirve hoy ser el cuerno de Amaltea del saber? La verdad emigra como las aves. La verdad fue griega, y antes china e india, luego francesa y alemana. Hoy no es. Los detractores de esta otrora prestigiosa actividad arguyen que no hay más hombre que el hombre y la filosofía, de ser algo, sería su tambor. O su flauta, su heraldo sonoro. Hoy sólo brilla la pedantería del especialista inculto, llegando al vulgo (inmenso vulgo) sólo la luz de estrellas extintas. Y así no hay quien llegue, ni por reducción poética, al sentimiento guilleano del ser.
Este es un trozo de prosa que tenía por ahí, para ocasiones galantes. Como estas ocasiones no se han presentado, os lo regalo. Para que sepáis que también se escribir prosa fina.

Zaeagoza, 18 de marzo de 2019

lunes, 4 de marzo de 2019

Donde hay número, hay belleza


Donde hay número, hay belleza.
(Proclo)

Ay, las matemáticas. Materia abstrusa para la muchedumbre innumerable, doctrina clara
para otros, ciencia de la exactitud temida por escolares, recurso de la ciencia, sostén de nuestra economía. Las matemáticas han alcanzado hoy un auge sin parangón en otras épocas. Hoy lo permea todo. Los programas que permiten que yo escriba en mi ordenador necesitan de su concurso, son su linfa primordial. Y es que no sólo la naturaleza «habla el lenguaje de las matemáticas», como dijera Galileo, sino toda la ciencia, la tecnología, el análisis económico y, por derivación, la lógica. Pues bien, esta materia ha generado comentarios peculiares de los que me gustaría hacerles partícipes. Son comentarios de aquellos que la utilizan profesionalmente, de aquellos que la aman y también de sus detractores. Pero tienen en común la originalidad del punto de vista. El protagonista de El hombre sin atributos, de Robert Musil, Ulrich, un matemático, define el alma como “esa cosa que huye y se esconde cuando oye hablar de progresiones geométricas”. ¿Que huye y se esconde cuando oye hablar de progresiones geométricas? Dios mío, ese tal Ulrich quizá supiera mucho de matemáticas, pero pongo en duda sus conocimientos sobre el alma. Aunque quien sabe. Ya dijo Platón que el propio dios geometriza. En el otro extremo, William Blake afirmaba rotundamente que Dios prohíbe que la verdad pueda ser confirmada por la demostración matemática. Pasión de poeta. Pero hay poetas que ven en las matemáticas su aliada, es más, su razón de ser. Es el caso de Paul Valéry: “Sólo percibimos directamente de nuestra «vida» ecuaciones di­ferenciales - o derivadas, y de la vida de los demás (o de no­sotros considerados como los demás y como hombres) percibi­mos la curva. Sólo percibimos la tangente de nuestra vida”. Demócrito dejó escrito: "Vale más descubrir una relación causal que recibir la corona de Persia", y el matemático fran­cés Poisson aseguraba que las dos razones por las que la vida merecía vivirse eran descubrir y enseñar matemáticas. Pero a ellos les reconviene un bíblico José Luis Coll: “Amaos los unos, los doses y los treses”. O planta la duda un escéptico J. S. Lec: “Dos líneas paralelas se encuentran en algún lugar del infinito... y se lo creen”.
Algunos intelectuales se emocionan tanto con las matemáticas que incluso lloran con sus progresos, o eso escribió George C. Lichtenberg: ”No puedo negarlo. Cuando vi por primera vez que la gente de mi país comenzaba a conocer el significado de la notación radical en matemáticas, lágrimas de alegría salieron de mis ojos”. Pero otros intelectuales denuestan esta disciplina: “Las matemáticas no son ciencia, son los engaños de dos rayitas, el signo igual, una ociosidad fea y aburrida”. Son palabras de Fernando Vallejo. Y Leopoldo María Panero le sigue: “La matemática es la muerte de la subjetividad”. ¿Subjetividad? Pero si incluso se utiliza para saber a quién ha de quererse más, si a la madre o a la novia, como demostró el humorista Manuel Sánchez Vázquez: "¿A quién quiere uno más, a su madre o a su novia? Es cuestión de matemáticas: dentro de mi madre he estado nueve meses, y dentro de mi novia voy a estar como mucho quince días". Incluso hay quien se mata por su lógica, como recoge Max Aub en sus Crímenes ejemplares:
De Balbino López, comerciante:
”Me mato, señores, porque dos y dos son cuatro”.
Apostolos Doxiadis posee una definición botánica de las matemáticas digna de ser conocida: “Las matemáticas son como un árbol con raíces firmes (los axiomas), un tronco fuerte (la prueba rigurosa) y ramas que crecen constantemente y dan flores maravillosas (los teoremas)”. Hay visiones matemáticas más esotéricas, como la de Alberto Sampablo: “La matemática tiene mucho que ver con las palabras y con los movimientos celestes y hay palabras que cada diecinueve años coinciden en los mismos hombres y en los mismos significa­dos. Los años climatéricos saltan de siete en siete o de nueve en nueve. Cada siete generaciones de herreros nace un médico”. E interpretaciones místicas como la de Novalis: “La matemática pura es religión”. Convicción que estaría apoyada por George Steiner: “De este modo, hasta en las ma­temáticas puras más decididamente ateas o agnósticas existe una cierta rememoración o celebración encubierta de Dios”. Pero ya antes se les había adelantado Johannes Kepler: “La geometría existía antes de la Creación. Es co-eterna con la mente de Dios… La geometría ofreció a Dios un modelo para la creación… La geometría es Dios mismo”. En fin, para terminar de forma menos trascendente, traigamos unas sencillas palabras de Pablo Amstel: “Al fin y al cabo, quizás toda la matemática no sea otra cosa que el resultado de una larga e incierta introspección”.


no hay azar
sino navegación y número, carácter
y número, red en el abismo de las cosas
y número.
(Gonzalo Rojas)


Zaragoza, 4 de marzo de 2019