Críticas eliterarias
El
Grial de la discordia
(Análisis
estructurral)
La
literatura sobre templarios y sectas medievales que revolotean en torno a una
copa añeja de vino denominada Grial (noténse las mayúsculas) ha resultado en
los últimos tiempos una veta fértil para hacer ricos a escritores que de otra
manera habrían de dedicarse a profesores de enseñanza media (y mediana). El más
próspero de los mineros de esta fructífera veta es Peter Merlin, quien tras los
éxitos de sus novelas El Grial y yo, El Grial ataca de nuevo,
(¿han notado las mayúsculas?) de nuevo retorna al asunto que tan pingües
beneficios le reporta con la novela que cierra la trilogía: Los
pijos del Grial (de nuevo las mayúsculas, tomen nota). Para que se
hagan una idea de por dónde van los tiros, o los flechazos, para no incurrir en
anacronismos, la historia de esta nueva entrega comienza en un castillo de la
Provenza francesa que alberga a unos albigenses de buena familia que dicen
conocer el paradero del ansiado Grial (de nuevo las malditas mayúsculas). Los
albigenses, Johnattan y Vanessa, visten con lo último en dalmáticas del
prestigioso diseñador Pack O’Raban y hablan continuamente de su chalet en
Antioquía y de su carro de dos caballos con suspensión de cuero trenzado y
alimentado con alfalfa de 98 octanos. En el castillo se les comienza a conocer
como los pijos del Grial (¿qué pintan aquí las mayúsculas?) En esto aparece un
templario ceñudo y enigmático, un tal don Mendes Ventura, hombre con fama de
negroamante y dado a hacer cábalas. Don Mendes entabla amistad con los pijos
del Grial (¡malditas mayúsculas!) y les convence para que abandonen el castillo
y acudan con él a un macrofestival de trovadores que tendrá lugar en breve en
la ciudad de Constantinopla. Está previsto que actúen, entre otros, el famoso trovattore Ricky Marten y el grupo de vihuela O ultimo della fihla. Los pijos del Grial (es la última vez que
repito lo de las mayúsculas; si no lo han notado, allá ustedes) aceptan
encantados y preparan sus cofres de viaje. Parte la caravana al cabo de una
semana. Junto con los pijos del Grial viaja don Mendes Ventura con un séquito
de cinco templarios y una escolta de veinte Mossos de Cuadra que les ha
prestado el castellano provenzal. Pero el Papa Nuno IX se entera y manda a dos
espías disfrazados como siervos de la gleba para que siga a la expedición. El
resto es aventura mística y mistificación medieval, un popurrí novelístico
donde no faltan los piratas del Adriático, los castillos con pasadizos y sala
de torturas, funcionarios de la inquisición con aficiones a la barbacoa,
mercados con trileros y genoveses con negocios de apuestas deportivo benéficas.
Otra constante de este tipo de narración es la perfidia del papado, la corrupción
de las altas órdenes religiosas, las cortesanas de corte sano y las bulas a
troche y moche.
El éxito de tan singular temario
debemos atribuirlo, siguiendo el erudito estudio de Gil y Gil Blas de Saint
Yllana titulado Au le recherche du
templair perdú, al fondo crédulo del orbe cristiano y en concreto a la
coprofilia que afecta a las autoridades eclesiásticas, quienes fomentan la
reaccionaria creencia en copas milagrosas, desde el Grial a la Copa de la UEFA.
La sumisión a lo milagroso y un prejuicio contra los impuestos indirectos que
define al orbe judeocristiano es la causa de este gusto por el copón bendito, a
tenor de los estudios realizados por Ilya Prigonine en su célebre obra Di profunda imbecilitatis Grialis secundorum,
que el teólogo rumano escribió en latín para poder ser leído sólo por elites
literarias, obra traducida al castellano por Ovidio Virgilio de Sotogrande bajo
el caritativo título de Los pertinaces
seguidores del Grial. La cercanía del milenio, con sus profetas y aciagas
premoniciones, ha disparado la afición por estos asuntos, proliferando esta
clase de sub-literatura en todas las secciones de papelería de los grandes
almacenes, que es donde se compran este tipo de libros, libres los clientes de
la sarcástica mirada de libreros con dos estantes de frente.
Concluyamos este breve análisis
estructurral advirtiendo que el Grial fue supuestamente la copa que usó
Jesucristo para entromparse durante la última cena, y que unos la pintan de
madera, otros de metal precioso y los restantes pensamos que desapareció junto
con los demás enseres del restaurante, a no ser que un discípulo hábil se la
guardase bajo la toca y la puliese en el rastro de Cafarnaún, si bien es
estúpido considerar que desde tan remotos tiempos se haya seguido la pista a
tan modesto utensilio. ¿Por qué no un tenedor o la servilleta que usó el Señor
para limpiarse los morros de salsa belenesa? Habida cuenta que en tiempos de
Jesucristo nadie daba un duro por él ni por su doctrina, parece superfluo
pensar que alguien fuese capaz de guardar su copa para coleccionarla en aras de
la posteridad. El Grial, concluimos, es un timo, timo a tomos mil que se venden
en las librerías de todo el orbe occidental. Te alabamos, Señor... Gutenberg.
Lambert O'Really
Crítico de su Majestad