lunes, 3 de febrero de 2020

Críticas eliterarias: El Grial de la discordia



Críticas eliterarias

El Grial de la discordia
(Análisis estructurral)

La literatura sobre templarios y sectas medievales que revolotean en torno a una copa añeja de vino denominada Grial (noténse las mayúsculas) ha resultado en los últimos tiempos una veta fértil para hacer ricos a escritores que de otra manera habrían de dedicarse a profesores de enseñanza media (y mediana). El más próspero de los mineros de esta fructífera veta es Peter Merlin, quien tras los éxitos de sus novelas El Grial y yo, El Grial ataca de nuevo, (¿han notado las mayúsculas?) de nuevo retorna al asunto que tan pingües beneficios le reporta con la novela que cierra la trilogía: Los pijos del Grial (de nuevo las mayúsculas, tomen nota). Para que se hagan una idea de por dónde van los tiros, o los flechazos, para no incurrir en anacronismos, la historia de esta nueva entrega comienza en un castillo de la Provenza francesa que alberga a unos albigenses de buena familia que dicen conocer el paradero del ansiado Grial (de nuevo las malditas mayúsculas). Los albigenses, Johnattan y Vanessa, visten con lo último en dalmáticas del prestigioso diseñador Pack O’Raban y hablan continuamente de su chalet en Antioquía y de su carro de dos caballos con suspensión de cuero trenzado y alimentado con alfalfa de 98 octanos. En el castillo se les comienza a conocer como los pijos del Grial (¿qué pintan aquí las mayúsculas?) En esto aparece un templario ceñudo y enigmático, un tal don Mendes Ventura, hombre con fama de negroamante y dado a hacer cábalas. Don Mendes entabla amistad con los pijos del Grial (¡malditas mayúsculas!) y les convence para que abandonen el castillo y acudan con él a un macrofestival de trovadores que tendrá lugar en breve en la ciudad de Constantinopla. Está previsto que actúen, entre otros, el famoso trovattore Ricky Marten y el grupo de vihuela O ultimo della fihla. Los pijos del Grial (es la última vez que repito lo de las mayúsculas; si no lo han notado, allá ustedes) aceptan encantados y preparan sus cofres de viaje. Parte la caravana al cabo de una semana. Junto con los pijos del Grial viaja don Mendes Ventura con un séquito de cinco templarios y una escolta de veinte Mossos de Cuadra que les ha prestado el castellano provenzal. Pero el Papa Nuno IX se entera y manda a dos espías disfrazados como siervos de la gleba para que siga a la expedición. El resto es aventura mística y mistificación medieval, un popurrí novelístico donde no faltan los piratas del Adriático, los castillos con pasadizos y sala de torturas, funcionarios de la inquisición con aficiones a la barbacoa, mercados con trileros y genoveses con negocios de apuestas deportivo benéficas. Otra constante de este tipo de narración es la perfidia del papado, la corrupción de las altas órdenes religiosas, las cortesanas de corte sano y las bulas a troche y moche.
         El éxito de tan singular temario debemos atribuirlo, siguiendo el erudito estudio de Gil y Gil Blas de Saint Yllana titulado Au le recherche du templair perdú, al fondo crédulo del orbe cristiano y en concreto a la coprofilia que afecta a las autoridades eclesiásticas, quienes fomentan la reaccionaria creencia en copas milagrosas, desde el Grial a la Copa de la UEFA. La sumisión a lo milagroso y un prejuicio contra los impuestos indirectos que define al orbe judeocristiano es la causa de este gusto por el copón bendito, a tenor de los estudios realizados por Ilya Prigonine en su célebre obra Di profunda imbecilitatis Grialis secundorum, que el teólogo rumano escribió en latín para poder ser leído sólo por elites literarias, obra traducida al castellano por Ovidio Virgilio de Sotogrande bajo el caritativo título de Los pertinaces seguidores del Grial. La cercanía del milenio, con sus profetas y aciagas premoniciones, ha disparado la afición por estos asuntos, proliferando esta clase de sub-literatura en todas las secciones de papelería de los grandes almacenes, que es donde se compran este tipo de libros, libres los clientes de la sarcástica mirada de libreros con dos estantes de frente.
         Concluyamos este breve análisis estructurral advirtiendo que el Grial fue supuestamente la copa que usó Jesucristo para entromparse durante la última cena, y que unos la pintan de madera, otros de metal precioso y los restantes pensamos que desapareció junto con los demás enseres del restaurante, a no ser que un discípulo hábil se la guardase bajo la toca y la puliese en el rastro de Cafarnaún, si bien es estúpido considerar que desde tan remotos tiempos se haya seguido la pista a tan modesto utensilio. ¿Por qué no un tenedor o la servilleta que usó el Señor para limpiarse los morros de salsa belenesa? Habida cuenta que en tiempos de Jesucristo nadie daba un duro por él ni por su doctrina, parece superfluo pensar que alguien fuese capaz de guardar su copa para coleccionarla en aras de la posteridad. El Grial, concluimos, es un timo, timo a tomos mil que se venden en las librerías de todo el orbe occidental. Te alabamos, Señor... Gutenberg.

Lambert O'Really
Crítico de su Majestad