El
sexo, quien lo duda, es uno de los acicates más seductores de la sociedad. Me
atrevería a decir que casi todo se mueve alrededor del sexo. ¿Para qué quiere
el poeta publicar sus versos o ser flor de oro en un concurso poético? Por una
mujer, o por las mujeres. Para tener más opciones de practicar “la divina
pelea” que es término casto del melindroso Pemán (cómo contrasta la
melindrosidad de Pemán con la directa sencillez de marcial: Mi verga es sorda (mantula surda), pero por muy tuerta (lusca) que sea, ve (illa videt)). El sexo, dijo Henry Miller, es una de las nueve
razones a favor de la reencarnación, careciendo las ocho restantes de importancia.
Y qué magnífica es la carne, la cópula, el goce, qué entrega presupone, una
entrega que sólo puede ser total, sin subterfugios ni fingimientos. Y qué
denigrado ha sido el sexo por todos los sacerdocios. Pierre Bayle refiere la
noticia de un sacerdote tan casto que no conocía ningún rostro de mujer y hasta
temía tocarse a sí mismo. Sólo de pensarlo convulsionábase en apopléticos
furores. Estaba claro que, del goce, lo que menos le gustaba era
experimentarlo. También refiere Bayle de otro padre (en sentido espiritual) que
tenía el olfato tan fino en esta disciplina (no sé si esta sería la palabra más
adecuada), que la proximidad de personas licenciosas le afectaba por medio de
un olor insoportable. Percibía en la energía sexual un rastro enigmático, un
detrito bestial que hedía. A lo mejor sufría el hombre de halitosis y lo que olía
era su propio aliento. Este santo varón, seguramente un hombre púdico en el
sentido romano de la palabra “púdico”: no sodomizado, puede que fuera dron,
pues según la Iglesia de los SubGenios hay cuatro sexos: masculino, femenino,
masculino-femenino y neutro o dron. Esos sacerdotes de los que habla Bayle eran
drones, seguro. Deberían recordar, esos pobres hombres, que allá por 1786, el
alemán S. G. Vogel inventó la palabra “infibulación”, que daba nombre a un
sistema para encerrar en cajas portátiles las manos, al objeto de impedir la
masturbación. Pero a este señor “pájaro” (Vogel), experto en jaulas anti
manolas, se lo olvidó resguardar al ave más canora, pues dejó libre el objeto capaz
de disfrutar de un buen francés, mamada o felación, que de todas esas maneras
puede uno llamar a esta forma elevada de placer. Putos drones.
Zaragoza,
16 de marzo de 2016