La
ciencia es un reino donde el hombre se pierde. Creo que lo dijo Jorge Guillén.
La ciencia trata de explicar el universo conocido, desentrañar sus leyes, con
la esperanza de, encontrada la razón última, explicar (¿justificar?) nuestro
pasmo ante la vida. Una noción que creó un nuevo paradigma en la ciencia fue la
concepción de Einstein de que la realidad constituía un continuum espacio‑tiempo. Es decir, sin espacio no habría tiempo y
sin tiempo no habría espacio, siendo ambos conceptos indisolubles. Es difícil
de aprehender esta noción pero sus implicaciones son tan importantes que
debería ser obligatorio conocerla. De ella se deriva un gran venero de
especulaciones misteriosas. Por ejemplo: ¿Cómo se puede ser un alga, o una
medusa, y al mismo tiempo capitel? Pero no desvariemos. Esa foto que a veces se
nos presenta: el tiempo detenido sobre un paisaje, parado como una bobina de
película, no existe. Sin el concurso del tiempo, que nos hace (y nos deshace),
no habría paisaje, ni foto, ni observador. Y el tiempo puro, sin espacio donde
recrearlo o imponerse, sería también nada, mera entelequia. Ambos van unidos.
Pero sigamos. Según postula la moderna Teoría de Cuerdas (o sea, que no están
locas) la realidad que conocemos tendría no las cuatro dimensiones que apreciamos
(tres espaciales y una temporal) sino 10 dimensiones (nuevos avances hacen
crecer este número a once, pero para nuestro propósito nos bastan diez), de las
que en la primigenia Gran Explosión (Big Bang) sólo se desarrollaron cuatro,
las que conocemos. Las restantes permanecen con nosotros, pero enrolladas en un
espacio de 10-33 centímetros, y por tanto imperceptibles para
nuestros sentidos. ¿Qué hubiera sucedido si en vez de cuatro dimensiones se
hubieran desarrollado cinco o seis? El mundo no sería como el que conocemos. Es
muy posible que en esa alternativa el hombre no hubiera surgido. Y es curioso
que cuando nosotros, los humanos, pensamos en un número superior de dimensiones
siempre las imaginamos espaciales, siempre las concebimos como pasos más allá
del cubo. Sin embargo, podrían darse nuevas dimensiones temporales, o dimensiones
de una cualidad ahora inimaginable, una dimensión que fuera la vinculación más
rápida entre un riachuelo y la Vía Láctea. Pero eso no lo considera nadie.
Quizá porque sea difícil imaginar una segunda dimensión temporal, y no digamos
una dimensión de otro tipo. ¿Cómo sería una segunda dimensión temporal?
¿Habitaríamos dos universos a la vez, cada una con un tiempo diferente?
¿Cambiaría la actual flecha del tiempo, que viene avalada por la segunda ley de
la termodinámica? Si es difícil imaginarse una cuarta dimensión espacial aún
más difícil es imaginarse una segunda dimensión temporal. Ello se debe, sin
duda, a que dimensiones espaciales tenemos tres y sabemos cómo se pasa de una a
otra: línea, plano, cubo. Y aplicando el proceso nos atrevemos a imaginar lo
que se ha llamado el hipercubo o teseracto, que sería un cubo donde sus lados
se transforman a su vez en cubos. Sí, otras dimensiones son difíciles de
imaginar, pero quizá debamos entrenarnos, por si acaso.
Zaragoza,
2 de marzo de 2016
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