miércoles, 26 de abril de 2017

El bifronte mundo del periodismo

¿Pueden co-existir dos realidades? A tenor de los periódicos de este país, esto no es sólo posible sino que sucede todos los días, a todas horas. Si un lector sólo tuviera como fuente de información el periódico El Mundo y las emisiones de la COPE e 13 TV, viviría en un mundo totalmente distinto del que se informara exclusivamente del Diario Público, la cadena SER o una televisión normal. ¿Cómo puede ser, cómo puede cope? Menos mal que hay indicios, y muchos, que identifican al distorsionador profesional. Los demás periódicos y radios del país, y son muchos, tienden a tener interpretaciones de las noticias más afines a Diario Público y a la cadena SER, que por algo es la más escuchada. Además, los demás estamentos sociales: judicatura, policía, organizaciones no gubernamentales, la ONCE y el Orfeón Donostiarra tampoco apoyan la visión de la realidad del periodista (sic) Eduardo Inda y sus palmeros (recientemente se les denomina trompetas). Lo cual induce a pensar que estos partidarios de teorías de la conspiración participan de la característica más representativa de este tipo de teorías: la paranoia. El Estado, la Policía, los jueces, la Guardia Civil, la mayoría de los partidos políticos y sus votantes se han confabulado contra ellos y su verdad. Pero gracias a su “periodismo mágico” creen que podrán romper el hechizo que recae sobre la mayoría de la población y hacerles ver la luz, o su luz. Una luz que ciega, sobre todo a los que tienen la linterna. Y total, su única baza, además de introducir crispación en la sociedad, es que la gente crea que si algo aparece en letra impresa o se emite por las ondas, debe ser verdad. Qué pocos tienen la valentía de Erik Satie: “Nunca leo un periódico que comparta mi opinión: debe estar distorsionado”.


Zaragoza, 26 de abril de 2014

miércoles, 19 de abril de 2017

Acoso escolar

Hoy en la radio he oído decir a un contertulio que se está exagerando la frontera para que una molestia o problema que siempre ha existido se convierta en un trauma o un problema social que hay que erradicar con presteza. En concreto se refería a esa estadística de algún organismo tutelar que afirma que uno de cada cuatro alumnos escolares sufre acoso. Él no creía que tal cifra fuera posible. Yo tampoco. Pero analizando el informe se descubre que para poder engrosar la lista de los acosados basta con que se hayan reído de alguien en clase o que le hayan puesto un apodo. Esto explica la alarmante estadística. Pero, ¿de quién no se han reído en clase? ¿Quiénes no han sido alguna vez importunado por el matón del curso? ¿Quién no ha tenido que aguantar que le llamen por un apodo? Yo he sufrido todas estas calamidades (no de forma simultánea, ni crónica ni persistente, claro) y no me he considerado objeto de acoso, o por lo menos no en el grado de necesitar tratamiento o defensa. Bien es cierto que no me gustaba y que si me topo algún día con alguno de aquellos tipos les mandaría a la mierda (no les rompería la cara porque si en aquel momento eran más fuertes que yo, asumo que lo seguirán siendo; claro que si fuese en silla de ruedas, y hubiera cerca una pendiente…). En fin, que el acoso se da, nadie lo niega, y es posible que en estos tiempos de enseñanza obligatoria haya aumentado la cifra, pero decir que uno de cada cuatro chavales sufre acoso en la escuela es agarrársela con papel de fumar. A este paso veremos a los chicos denunciar a sus maestros por suspenderles (menudo trauma para el pobre alumno) o a sus padres por no dejarles jugar a la consola, un derecho inalienable del niño de hoy. No nos pasemos. Ni pasemos, ojo.


Zaragoza, 19 de abril de 2017