La
moda, el diseño, todo lo invaden. Todo ha de poseer un “estilo”, desde el cabello
hasta las sartenes. El propósito de cualquier objeto es ahora su
representación. No importa que la sartén fría bien, o demasiado plana, si es de
Gucci, y se utiliza para mostrar a las visitas. Nadie duda de que el aporte del
diseño encarece la mercancía, pero a pocos parece importarles. Y tampoco el hecho
de que las marcas más prestigiosas (y caras) te hagan llevar visible su logo o
su nombre, como una seña de distinción
(dicen ellos), o como una valla publicitaria andante (digo yo). Pero donde más
se aprecia el furor y el exceso del diseño es en la comida y en el vestir. Los
nuevos modistos del yantar no cuidan tanto el valor nutritivo de las viandas (y
menos su sabor) cuanto su colocación y diseño en el plato. De hecho, y
refiriéndose al sabor, cuanto más alejado esté éste de los sabores tradicionales,
mejor. Por ello no sólo cobran precios desorbitados sino que quieren, además,
recibir tratamiento de artistas. Gracias a esta tendencia, cada vez más gente
hemos vuelto a buscar los sabores de la comida tradicional, avalada no por
estrellas Michelín sino por miles de paladares satisfechos. ¿Quién podría comer
a diario los sofisticados platos de Ferrán Adriá? Nadie en su sano juicio. El
empalago sobrevendría al tercer día. Sin embargo, todos los días podríamos
comer tortilla de patata o huevos fritos o cocido. Mediten por qué. En los
semanarios de los principales periódicos, sin embargo, no cejan de mostrarnos (¿inculcarnos?)
comida de diseño, platos de escaparate que exige una preparación escénica digna
de la mejor colección de moda, fotos donde predomina el Photoshop sobre las
lentes del fotógrafo: cebolla en alarde cromosomático y caramelizada al límite
del tostado, gambas fritas que semejan fractales, huevos donde la canela
descubre los pliegues sospechosamente perfectos de la clara en alarde, ensaladas
engalanadas con filigranas de vinagre de Módena… En fin, el comer por la vista.
Yo sigo prefiriendo el comer por el estómago. Qué le vamos a hacer.
Zaragoza,
19 de septiembre de 2018