Las
alarmas han saltado, El cambio climático amenaza la supervivencia de la especie
humana. Alarmas particulares ya habían saltado hace tiempo, pero esta vez han
sido muchas de vez y muchos íncolas de este planeta se han parado a
escucharlas. La mayoría se entera por primera vez. ¿Cuánto durará este estado
de clarividencia, este prever la catástrofe inminente? Hasta que los culpables
de la situación organicen otro partido del siglo, un reality-show más
escandaloso o un miedo menos comprometedor para sus intereses crematísticos. Y
vuelta a la modorra hasta que no tengan agua para hacer cubitos que llevarse al
whisky o gasolina para el todo terreno con el que ir al centro comercial. La
humanidad no escarmienta. Pareciera como si les bastase a los hombres que el
mundo durara más allá de su esperanza de vida. Detrás de ellos, el diluvio, la
lluvia ácida, o la radiactividad. La prensa recoge que el lobby que apoyó al
señor Bush (hijo) pagó mucho dinero a científicos y profesionales del medio
ambiente para que minimizasen o desmintiesen las amenazas sostenidas por los grupos
ecologistas. El presidente de rostro anaranjado hace lo mismo. Un lobby, como
saben, compuesto por carcamales al servicio de las empresas más contaminadoras,
entre ellas las petrolíferas, cuyos desorbitados beneficios causan estupor… y miedo.
Cada compañía petrolífera estadounidense, u holandesa, posee unos beneficios
superiores al PIB de la mayoría de los países de la Tierra, incluyendo a los países
de dónde sacan las riquezas. ¿Quiénes son los terroristas? ¿No llama semejante
escándalo a la revuelta, a desposeer a estos tipejos de sus bienes por la
fuerza? Lo malo es que son ellos los que poseen la fuerza y ellos los que
desposeen al resto de los humanos. ¿Cómo poner de acuerdo a todos los países cuando
los poderes que sostienen a los más poderosos y contaminadores no están
dispuestos a colaborar? En su desesperación, uno hasta desearía que ocurriera
lo peor: ellos también desaparecerán.
Zaragoza, 05.09.18
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