lunes, 19 de noviembre de 2018

¿Qué hay en un nombre… de artista?



En un artículo del reputado crítico de arte Robert Hughes sobre Andy Warhol y publicado en el New York Times Review of Books en 1982, reparo en la cantidad de nombres cuyo apellido comienza por la misma letra que el nombre. En concreto, estos son los nombres que cita el mencionado crítico en su artículo y que llamaron mi atención: Marilyn Monroe, Ronald Reagan, Eric Emerson, Jaspers Johns, Robert Rauschenberg, Robert Rosenblum. Seis nombres con esta peculiar característica. Pero lo más curioso es que el libro de donde he sacado el artículo (Nothing if not Critical), se compone de una serie de artículos sobre artistas plásticos, en su mayoría, artistas que muchas veces, demasiadas para deberse al simple azar, su nombre y apellido comienzan por la misma letra. He aquí una lista de ellos, omitiendo los ya mencionados y a sabiendas de que se me quedarán algunos, pues me he dado cuenta de este fenómeno cuando iba por la mitad del libro. Los nombres: Hans Holbein, Pablo Picasso, Saul Steinberg, Philip Pearlstein, George Graz, Malcolm Morley, Sean Scully, Bernard Berenson, Howard Hodgkin, Hans Hofmann, Salvatore Scarpitta, Avigdor Arikha, Alphonse Allais, Carlos Carrá, Denis Diderot, Hanne Hoch. Es sorprendente la cantidad de nombres de artistas cuyo nombre y apellido comienzan por la misma letra. Pareciera que el propio nombre les incita al camino de las artes (recuérdese que Platón decía que el nombre es un presagio). He indagado por ahí y he dado con otros nombres de artistas de diverso género cuyo nombre cumple el requisito expuesto: Federico Fellini, Pier Paolo Pasolini (Nada menos que tres “pes”), Béla Bartók, Bertold Brecht, Wim Wenders, Brigitte Bardot, Louis Lumiere… Si a estos artistas añadiésemos a escritores y poetas, la lista sería interminable: Antonin Artaud, Walt Whitman, James Joyce, William Wordsworth, Franco Ferrarotti, Tristan Tzara, Severo Sarduy, Jon Juaristi, Olga Orozco, Manuel Machado… ¿Para qué seguir?
            Sí, los nombres de los artistas son un presagio: Nomen omen, el nombre es un destino. Reflexionen sobre ello.

Zaragoza, 19 de noviembre de 2018

lunes, 5 de noviembre de 2018

¿Por qué temen los tiranos a los poetas?


Hoy me entero por la prensa de que el poeta Breyten Breytenbach (nombre de poeta donde los haya) escribía poemas en la cárcel bajo la vigilancia de sus carceleros, que eran además sus únicos lectores. ¿Cómo influiría ese público lector en los poemas? Por la misma fuente me entero de que al poeta ruso Osip Maldestam le conminaron a escribir un poema sobre Stalin (por cierto que Pablo Neruda, sin ninguna obligación, escribió un poema laudatorio sobre el tirano ruso; eran otros tiempos, tiempos difíciles: hoy, estoy seguro, conocidas las atrocidades de este dictador de hierro, a lo mejor no lo hubiera hecho). Todo esto viene al caso para preguntarse, ¿tal es la importancia de la poesía para que dictadores y tiranos deseen ser alabados por ella o encarcelen, destierren y asesinen a quienes las escriben contra ellos? ¿No es la poesía una de las materias menos consumidas entre los lectores? ¿A quién conoce usted que lea poesía de forma habitual? Yo, que estoy sumido en el mundo de las letras, apenas si conozco a dos o tres personas. Es decir, casi nadie. Hecho además que viene avalado por las escasas tiradas de los libros de poesía. Ningún poeta vivo podría vivir de los beneficios de su obra. Entonces, si casi nadie repara en la poesía, si casi nadie la lee, ¿por qué la temen tanto los tiranos? ¿Qué ven en ella que les atemoriza? Si la poesía es un caracol nocturno en un rectángulo de agua (Lezama Lima), un árbol sin hojas que da sombra (Juan Gelman) o ese declarar eterno lo que es pura mortalidad y vano (Paul Celán), ¿por qué les preocupa tanto a los gobernantes? No se sabe, pero les inquieta. Quizá porque la poesía sea también un arma cargada de futuro (Blas de Otero). Esta prerrogativa debería satisfacer a los poetas, poseedores de un arma capaz de atemorizar a los tiranos. Quizá tuviera razón Hölderlin cuando dijo que la poesía es un juego peligroso. Peligroso para el poeta que no alaba al dictador, peligroso para las dictaduras porque las rimas censuradas se introducirán en los ladrillos del edificio de su opresión y, como las larvas en espera de su transformación, socavarán sus pilares y, finalmente, provocará la ruina del inmueble. Qué fabuloso es el poder de la poesía, que nadie sabe dónde reside.

Zaragoza, 5 de noviembre de 2018