La
vejez anuncia el polvo que seremos. Es como la imagen de la foto, el barro
recubriéndolo todo para luego secarse y hacer más fácil el quebrarse, el
resquebrajamiento final. Pocas personas logran envejecer con dignidad. Mal se llevan
las arrugas y las canas, la falta de bríos, la falta de curiosidad. Y sin
embargo, cuánto mejor ser un joven de ochenta años que un viejo de veinte.
Cuando nacemos lloramos en medio del regocijo que nos rodea. Sería imperioso
vivir de tal manera que cuando muramos se llore alrededor y nosotros nos
alegremos. Pero esa hazaña pocos la consiguen. Y es que no es fácil ser viejo.
Pocos saben asumir el paso del tiempo. Se pueden tener arrugas en la cara pero
tener el ánimo liso. Eso al menos dijeron los sabios antiguos, cada vez más olvidados
y menos añorados, como las nieves de antaño. La vejez, o su lucha contra ella,
se ha convertido hoy en un gran negocio, los cirujanos plásticos con sus
bisturíes se compinchan con los laboratorios farmacéuticos, las residencias de
la tercera edad (cruel eufemismo) con los fabricantes de pagamento dental. Se
gasta mucho dinero simplemente para aparentar ser joven. Pero han elegido un
camino equivocado. La quimera del rejuvenecer sólo engaña a quien quiere ser
engañado. Una mujer anciana cuyo rostro esté tieso por el botox no es ni la
mitad de atractiva que una abuela de su edad que viaja, lee, juega con sus
nietos y el único maquillaje que usa es el agua fría de la ablución mañanera.
¿Qué hombre, o mujer, que haya alcanzado cierto grado de sabiduría desearía ser
más joven? Ninguno. Porque envejecer puede que no sea atractivo, pero es
interesante, e inevitable. Descúbrese una etapa nueva, una etapa donde los
sentidos que se nos cierran se compensan con nuevos sentidos que se abren, más
serenos, más propicios al sosiego, y por ello más cercanos a la sabiduría.
Además, nadie ama más la vida que el que sabe que le queda poca. Por eso la
reverencian, y no sólo la suya: TODAS.
Es tiempo de envejecer. ¡Adelante!
Zaragoza,
3 de diciembre de 2018
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