El lobo es un hombre para el lobo. Esta
reflexión lupina puede ser un buen comienzo para estudiar uno de los
sentimientos más preciados del ser humano. ¿Preciado por escaso? El caso es que
este afecto desinteresado es una de las cualidades más ponderadas y menos
ejercida por nuestros congéneres. ¿Homo sapiens u homo serpiens? Todos
presumimos de tener amistades o de ofrecer la nuestra, hasta que llega el
momento de ponerla en práctica, o de necesitarla. Entonces un conveniente
olvido parece cernirse sobre este entrañable afecto, que ineluctablemente
termina recluido en las sentinas del ánimo. Ya lo sabía Mark Twain: "La
sagrada pasión de la amistad es de una naturaleza tan dulce y estable y leal y
perenne que durará toda la vida, siempre que no se nos pida dinero
prestado". La culpa, claro está, es del dinero, ese vil metal...
Nietzsche
decía que la mujer no sabía lo que era la amistad, que la mujer sólo conocía el
amor. Lo que no sé es por qué Nietzsche parece dar por sentado que el hombre si
conoce este sentimiento. Seguramente cambiaría de opinión al conocer lo de su
amigo Paul Rée con su querida Lou Andreas-Salome. Cría amigos y te sacarán los
cuernos. Quizás lo que ocurre es que descuidemos este particular afecto, lo
dejemos desatendido y se nos enmohezca, se anquilose. Samuel Johnson solía
decir: "Un hombre, caballero, debe mantener su amistad en continua
reforma". Hay que evitar las goteras de la envidia, las telarañas de la
pereza, los desconchados de la sospecha. Porque la amistad es un edificio
vetusto, amplio y añejo. Necesita de todos los gremios de la virtud para
mantenerlo en buen estado.
Kalil
Gibran proporciona esta definición mística: "Tu amigo es tus deseos
satisfechos". Un poco cursi, como todo lo oriental, y simple, como todo lo
místico. Sin cursilería, pero imbuida de un esoterismo pedestre, la máxima:
"Tu único amigo es el reflejo del misterio en cada forma". Esto es de
Ram Dass, una especie de predicador laico de esa Norteamérica cuya brújula sentimental
apunta al Benarés. Siguiendo en Norteamérica, y volviendo a los amigos, el
Groucho Lenin de los sesenta, Abbie Hofmann, afirmó: "Algunos de mis
mejores amigos son enemigos". Quizás eso sea amistad bien entendida. O
enemistad encubierta. Lo cierto es que hay enemigos que respetamos y amigos que
despreciamos. Y es que muchas veces no se puede elegir el bando, los amigos o
enemigos vienen impuestos por las circunstancias, por la sociedad, por los
entroncamientos familiares. Ay, si pudiera elegirse libremente...
La
amistad es el cauce donde depositamos nuestros afectos hacia los congéneres que
nos ha tocado en suerte. Algunos hombres son ríos secos, otros riachuelos
contaminados, pocos poseen caudal suficiente para saciar la sed de los que a él
se arriman, menos aún los capaces de anegar reinos. Siguiendo con el símil
fluvial, Rodrigo Fresán, escritor argentino, decía que el cauce de las grandes
amistades casi siempre desemboca en el océano de una gran traición. ¿Pero es
que no hay nadie que defienda a nuestra especie de la maldición de
insolidaridad que parece perseguirla? ¿Qué ha sido del concepto que acompañaba
a la libertad y la igualdad en la triple divisa que definía la Revolución
Francesa? La fraternidad entre los hombres sigue siendo la asignatura pendiente.
Amistad,
divino tesoro. El refranero ya lo sabía. Quien tiene un amigo, no sabe lo que
tiene. Lo cual no está mal, porque si supieran su valor, comerciarían con él.
Somos así. Ay, amistad, amistad. Como se dirigía Aristóteles a sus discípulos:
"Amigos míos..., no hay amigos”.
Zaragoza 22 de julio 2019