El alma
Alma es una palabra que posee múltiples
significados: religioso, teológico, epistemológico, psicológico, antropológico
y otros "icos" hijos de la erudición. La representación primitiva de
este concepto es asimismo varia, si bien con puntos comunes. A veces se concibe
el alma como un soplo, un aliento o hálito, uniendo al respirar, función básica
en el quehacer biológico, una función paralela y aneja de espiritualidad. Sólo
los seres que respiran poseen alma. O viceversa. A veces se concibe el alma
como una especie de fuego. Al fallecer el individuo, este "calor
vital" se apaga y solo quedan cenizas. Polvo quizás, ¿mas polvo enamorado?
Clara premonición de los actuales crematorios. A veces también se concibe el
alma como una sombra, un espíritu, un fantasma que nos habita, un ser liviano y
translúcido y utilizado, hasta hacer tópico, por la literatura romántica en sus
novelas de fantasmas. Pero los primitivos, al legarnos sus concepciones del
alma, mostraron su falta de perspicacia, pues suponían que los animales y las
mujeres carecían de este preciado hálito. Ahora sabemos que sí tienen. Me
refiero a los animales.
Con
el advenimiento de las religiones militantes, y su legión de Doctores
Irrefutables, Doctores Sutiles, Doctores Angélicos, Doctores Querúbicos,
Seráficos, etc., esta sustancia etérea pasó a ser propiedad de la divinidad y
por lo tanto subordinada a los representantes de esta divinidad en la tierra. Y
así se originaron las persecuciones religiosas, las inquisiciones, las dictaduras
teocráticas. Pero la argucia de los sacerdotes no se detuvo ahí: como se
suponía que el alma habita necesariamente un cuerpo, también éste debía ser
objeto de control por estos representantes de la divinidad. Con la excusa de
lograr habitáculos dignos de tan sacra sustancia, se crearon los cilicios, los
ayunos, los ejercicios espirituales, la tortura de impíos. Y al final, el
cuerpo fue condenado a quedarse aquí pudriéndose bajo las malvas, mientras el
alma ascendería ufana hacia las alturas o descendería cabizbaja hasta los
infiernos. Otras almas, de carácter anodino, quedarían flotando no se sabe
dónde, indecisión espiritu-local que recibe el nombre de limbo. Esta dualidad
cuerpo/alma se la debemos a Platón. Lástima no reventase en su banquete.
Los
estoicos y epicúreos, esa modernidad de la antigüedad, consideraron que el alma
poseía una realidad de alguna manera "material", eso sí, una materia
extremadamente sutil: no se podía ir demasiado contra los tiempos. San Agustín
subrayó el carácter "pensante" de esta sustancia o hálito, y dio
origen a esa secta nociva que se conoce como los Padres de la Iglesia. Santo
Tomás, con la excusa de aristotelizarlo todo, distinguió entre almas vegetales,
animales y humanas. De nuevo se olvidó de las mujeres. Descartes creía que el
alma estaba localizada en la glándula pineal, ya que aceptaba la idea, entonces
bastante común, de que esta glándula no se encuentra en ningún organismo salvo
en el cuerpo humano. Hoy sabemos que esta glándula está presente en todos los
vertebrados, alcanzando su mayor desarrollo en un reptil primitivo
llamado tuatara. ¿No es curioso? Podríamos hacer de la tuatara el
paradigma de la espiritualidad. Menos han hecho otros seres para merecer
parecida consideración. La ilustración nos trajo un concepto nuevo del alma,
reduciéndola a mera sede de los actos emotivos, cajón de los afectos y
sentimientos. Ya en nuestro siglo, Robert Musil, austríaco sin atributos,
rehuyendo lo sólito, definió el alma como aquello que escapa y se esconde al oír
hablar de progresiones algebraicas. Es lo más avanzado en definiciones del
alma. También, y quizás motivado por tan extravagante teoría, apareció la
concepción "alfarera" del alma, lo que dio origen a que muchos seres
fueran tildados de "alma de cántaro", sea lo que ello signifique.
Modernamente,
las ramas no teológicas y filosóficas, buscando singularizarse, se
desprendieron del uso de esta palabra, tan teñida de piedad religiosa, y
adoptaron eufemismos de sonoridad científica: psique, mente, ego.
Estos conceptos han sido usados hasta la extenuación gramatical por la moderna
psicología y es por ello que convendría buscar unos nuevos. Influenciado sin
duda por el posmodernismo cibernético, yo propondría algunos: quinqué,
pensata, logicón, neurón..., cada uno con su matiz, cada expresión para la
ocasión idónea.
El
alma, me han asegurado fuentes bien uniformadas, desaparecerá de Europa con la
entrada de la moneda única. Las enciclopedias disminuirán considerablemente su
grosor y los agnósticos nos habremos librado de una palabra que nos da grima.
Bendito acontecimiento.
Zaragoza, 08 de julio de 2019
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