viernes, 20 de enero de 2023

Las manoplas de Bernie Sanders

  

Las manoplas de Bernie Sanders

 

Si hay una imagen icónica de la investidura del Presidente Joe Biden es la foto en la que aparece Bernie Sanders sentado y con manoplas de lana cruzadas sobre el estómago. Ver foto:

 


Fue una ceremonia presidida por el frío, tanto ambiental como político. Fue un enero frío y no hacía mucho unos fascistas alentados por Donald Trump habían asaltado el Capitolio. Bernie, como le llaman los amigos, parece meditar en lo frágil que puede ser la democracia. Y eso hace que el frío que siente sea doble. O triple. El abrigo se ve apropiado para soportar las gélidas temperaturas de enero, pero no así los zapatos, zapatos con cordones más propios de una soirée sobre alfombras mullidas. Pero el toque indiscutible, lo que ha hecho a esta fotografía un icono moderno son las manoplas. De lana, con dibujos navideños, probablemente un regalo de sus nietos o de sus hijas diciendo que son de sus nietos. Si hubiera tenido abuela, lo cual no parece plausible dada la edad del retratado, ésta podría haberle tejido las manoplas personalmente. Ya sabemos cómo son las abuelas con el punto y las prendas de abrigo. También es de destacar la cutrez de la silla, una silla de chiringuito o de playa. Y la soledad. No hay nadie a su lado. Era la tónica dominante durante la investidura. Poca gente, desperdigada, con mucha policía y ejército vigilando que los trumpistas no la volvieran a armar. Para un abuelo como Bernie, coger frío en esa situación podría ser grave. Ya no está para muchos trotes. Pero está a la moda. Mira por donde, su foto, sus manoplas, eclipsaron todo el resto del acto. Dentro de mucho tiempo, nadie se acordará de la poesía de Amanda Gorman, del cordón policial, del sonriente nuevo presidente, pero nos quedará la memoria de las manoplas de Bernie Sanders. ¿Cuál es el mensaje que quiere transmitirnos? Las manoplas son el mensaje.

 

 

LG/16.01.23

 

 

 

 

 


domingo, 1 de enero de 2023

Los tres castigos chinos

 

Los tres castigos chinos

Fang Shu llega una noche a una posada del reino de Qi y pregunta al dueño si tiene cuarto para pasar la noche. El dueño, un anciano de 120 años, le
responde que sólo tiene un cuarto libre, en el tercer piso junto al cuarto de
su hija, y se lo ofrece, no sin antes advertirle que si se acercaba a su
hija, la bella Shan Li, le aplicaría los tres castigos chinos. Fang Shu le
aseguró que no pasaría nada y aceptó el cuarto. A la hora de la cena, bajó
por la escalera una chinita de unos 16 años de edad, muy guapa y sensual. Era Shan Li. Durante toda la cena la bella hija del posadero no dejó de mirar a Fang Shu y éste no podía dejar de pensar en la amenaza del
anciano.

Por la noche, Shan Li se presentó en el cuarto de Fang Shu. Éste, pese a las recomendaciones del hospedero, no pudo resistir la tentación. Después de holgar juntos durante una hora, Shan Li se retiró a sus aposentos y Fang Shu se quedó plácidamente dormido.

Al despertar, Fang Shu notó cierta opresión en el pecho y, sorprendido, descubrió que tenía una roca de gran tamaño encima. La roca tenía adjunto un papel que decía: "Plimel castigo chino: loca encima de cuelpo". Fang Shu consideró que si eso era lo peor que podía hacerle el pobre anciano, no iba a haber mayores problemas. Fang Shu se levantó, cargó con la roca y la tiró por la ventana. Al tirar la roca por la ventana vió que había otra nota pegada en el marco que, en letras perfectamente legibles, decía: "Segundo castigo chino: loca amalada a huevo delecho".

Fang Shu, al ver que la cuerda ya estaba llegando al punto en que más se estiraría, no se lo pensó dos veces y se tiró por la ventana. Mejor un par
de huesos rotos que un huevo menos, convino. Ya en plena caída, Fang Shu vio un gran cartel sobre el suelo del patio que decía: "Telcer castigo chino:
huevo izquieldo amalado a pata de cama".