Los tres castigos chinos
Fang Shu llega una noche a una posada del reino de Qi y
pregunta al dueño si tiene cuarto para pasar la noche. El dueño, un anciano de
120 años, le
responde que sólo tiene un cuarto libre, en el tercer piso junto al cuarto de
su hija, y se lo ofrece, no sin antes advertirle que si se acercaba a su
hija, la bella Shan Li, le aplicaría los tres castigos chinos. Fang Shu le
aseguró que no pasaría nada y aceptó el cuarto. A la hora de la cena, bajó
por la escalera una chinita de unos 16 años de edad, muy guapa y sensual. Era
Shan Li. Durante toda la cena la bella hija del posadero no dejó de mirar a
Fang Shu y éste no podía dejar de pensar en la amenaza del
anciano.
Por la noche, Shan Li se presentó en el
cuarto de Fang Shu. Éste, pese a las recomendaciones del hospedero, no pudo
resistir la tentación. Después de holgar juntos durante una hora, Shan Li se
retiró a sus aposentos y Fang Shu se quedó plácidamente dormido.
Al despertar, Fang Shu notó cierta
opresión en el pecho y, sorprendido, descubrió que tenía una roca de gran
tamaño encima. La roca tenía adjunto un papel que decía: "Plimel castigo
chino: loca encima de cuelpo". Fang Shu consideró que si eso era lo peor
que podía hacerle el pobre anciano, no iba a haber mayores problemas. Fang Shu
se levantó, cargó con la roca y la tiró por la ventana. Al tirar la roca por la
ventana vió que había otra nota pegada en el marco que, en letras perfectamente
legibles, decía: "Segundo castigo chino: loca amalada a huevo
delecho".
Fang Shu, al ver que la cuerda ya estaba
llegando al punto en que más se estiraría, no se lo pensó dos veces y se tiró
por la ventana. Mejor un par
de huesos rotos que un huevo menos, convino. Ya en plena caída, Fang Shu vio un
gran cartel sobre el suelo del patio que decía: "Telcer castigo chino:
huevo izquieldo amalado a pata de cama".
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