La lectura, en cualquier lugar, de cualquier postura, a
cualquier hora, por cualquier persona. ¿De cualquier libro? Nada produce mayor
sensación de placidez y serenidad que un hombre leyendo. Sin embargo la
lectura, como cualquier otra actividad humana, tiene límites que no deben
sobrepasarse. Es malo no leer ningún libro, aunque es mucho peor leer un solo
libro. Ya lo dice el apotegma inglés: “Beware of a man of one book!” Cuídate
del hombre de un solo libro. La monolectura produce dogmáticos, esclavos o
cretinos. Con razón decía Jorge Wagensberg que tiene más remedio el que no lee
ningún libro que el que lee uno solo. Los lectores de un solo libro devienen
con harta frecuencia puritanos intransigentes, o fundamentalistas, como se los
denomina ahora. Más sirviera no leer.
En el otro extremo están
los que leen mucho o muchísimo. Desparraman estos sus energías en miles de
textos. Pero como bien dice un refrán, quien mucho abarca poco aprieta. Lo que
ocurre, también, es que esta frontera del mucho leer necesita matizarse. Hay
personas capaces de leer más de cien libros al año sin merma de sus ocupaciones
como trabajador, padre y ciudadano. Entre ellos creo encontrarme. Aunque nadie
es buen juez de sí mismo. Quizá mis empleadores, cónyuge o conciudadanos no
participen de esta apreciación. En otras personas, sin embargo, cincuenta
libros al año puede hacerles un mal irreparable (piensen en esos lectores que
leen libros de autoayuda o superventas de aventuras místico-medievales con
enigma de fondo). La barrera, pues, debe ser flexible y cada cual debe
adaptarla a sus circunstancias. También cabría seguir el consejo de Fernando
Pessoa: “No leer nunca un libro hasta el final. Ni leerlo de corrido y sin
saltos”. De esa manera, el número de libros leídos podría aumentarse sin
detrimento de pérdida de materia gris.
En la lectura nos habita como un intruso de leve llama,
que a veces es el calor que nos transmite el autor, otras ese genio de la
narración que aspira a instaurar el imperio diamantino de la forma, sin
descartar esa calidez propia de los mundos que el libro en sí hospeda.
La imagen de un hombre
leyendo, como el de la foto, en postura relajada, devuelve la esperanza en el
ser humano.
Zaragoza, 26 de noviembre de 2014.