miércoles, 19 de noviembre de 2014

El Cronopio de los pueblos



Este es el año en el que se conmemora el centenario del nacimiento de Julio Cortázar. Antes de que acabe, deseo homenajearle con este breve relato que hice ya hace tiempo en su memoria. Lo he titulado El cronopio de los pueblos.

El Cronopio de los pueblos


Julio dio una nueva chupada al cigarrillo y miró por la ventana de su compartimiento. El tren discurría por campos que le recordaron a los de su infancia en Banfield, páramos resecos, tramos de tundra triste que removió sus recuerdos, convocando en su magín tropel de momentos únicos y maravillosos; como cuando descubrió, a tontas y a Lucas, que las mesas levantaban una pata cuando se quedaban solas; cuando a solas en sus alturas, decidió escribir en la fama contra los famas; cuando recaló en París, ciudad encantada, de recibirle contenta, dejando atrás a le petit che Perón rouge, lobby´s homme dueño de una dama que levita. No evita, no, que afloren recuerdos de Buenos Aires, sus cuadras, los colectivos, los jardines de Agronomía, una cama en un departamento de Maipú y los malos aires de un puerto desde donde zarpan Persios metafísicos. También rememora cuando, brumoso Mr. Fogg, trató de dar la vuelta al día en ochenta mundos.
Julio expulsó el humo que había retenido, en disfrute, dentro de sus pulmones. Por la brecha abierta en su fantasía, vislumbró a una Maga, hechicera de Oliveira, a quien sometiera con encantos de jazz, sorbos de mate y gatos, muchos gatos. Y recordó, junto con 69 modelos para amar, cuando de joven traducía dear John french letters a las pindongas, cartas muchas de ellas hacia el otro lado, loverseas. Quizás fuera ése el germen de sus prosas de conservatorio, prosas en las que cabían todos los fuegos, el juego. Vislumbró en su acuosa imaginación de axolotl marcas de greda en el suelo y las casillas, siempre las casillas, y a Charlie Parker dispuesto a disputar el último round de su vida, y a un tal Morelli, desencasillado, refutando desde su cama de hospital la cruenta lógica de los famas. Y evocó a todos sus amigos, sus cómplices, todos, salvo el crepúsculo, descifrando el libro de Manuel. Y se acordó de esa carta recién recibida de un admirador, que le decía: “Te queremos tanto, Julio, que por ti bucearíamos en la Cuba de la abundancia y pondríamos velas a San Dino, por ti, Julio, seríamos ése que anda por ahí”.
            Julio dio otra chupada al cigarrillo. El paisaje pasaba rápido por la ventana. La carta terminaba así: “Agradecemos de tu prosa sin prisa los guiños, engaño de dueños, mariprosas ilusionistas dignas de un filantrópico de cáncer. Inseparable de tu cigarrillo, tú, perseguidor de Glenda, a quien querías tanto y que perdiste en la cosmopista que se dirige al sur. Nosotros, Julio, almacenaremos en nuestro magín tus cuentos, nosotros, Julio, que te leemos con tanto contento”.
            Julio apagó el cigarrillo y lo aplastó, cuidadosamente, en el cenicero del respaldo del asiento delantero. Colocó una de sus largas piernas sobre la otra, ajustó los hombros sobre el rincón que formaba el asiento con la ventanilla y sumiose, Julio CortaZaratustra, en ensoñaciones de cronopio.           

Zaragoza, febrero 1996

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