La
publicidad es una fuerza imparable, ubicua, indestructible, casi omnipotente.
Los altos salarios que paga esta industria le permite alquilar los cerebros más
creativos de la sociedad, los más atrevidos. Cuando no son los mensajes subliminales,
son las técnicas promocionales dictadas por sesudos psicólogos. Al diluirse
entre tantos medios y ante la apatía, prevención o coraza que la publicidad genera
en los destinatarios, se elucubran nuevas vías de penetración. Así surgieron
los anuncios en forma de noticia (la palabra publicidad aparece en letra
pequeña y en el recuadro de la pantalla menos visitado por el ojo), anuncios
dentro de las series televisivas o películas (la marca del coche del agente
secreto, el aceite que utiliza el ama de casa del serial), y ahora se estila
colgar vídeos en internet con la suficiente enjundia para que sean los mismos
usuarios los que expandan el mensaje. El caso más notorio es el vídeo que
encargó la MTV “Yo amo a Laura”, donde unos jóvenes pijos cantaban las alabanzas
de la virginidad, o el más reciente del robo del sillón del presidente español,
para anunciar una campaña contra el hambre. ¿Qué será lo próximo? ¿Nos hablarán
los garbanzos? ¿Compraremos gafas que interrumpan momentáneamente la visión
para recomendarnos una película o unos calzoncillos? Todo es posible, nada es
descartable, salvo la circunstancia de que nos dejasen en paz.
Zaragoza,
24 de mayo de 2017
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