La
literatura ha sido acusada de hacernos soñar y apartarnos de ese deber ingrato
que es la vida. Y efectivamente, la literatura puede evadirnos, pero esa
evasión no tiene por qué significar renuncia a la vida. Y aunque así fuera,
¿qué? Vila-Matas asegura que entre la vida y los libros se queda con éstos
últimos. Y yo le comprendo, y casi comparto su criterio. Pero no es una idea
nueva. Ya Proust manifestó: “la verdadera vida, la vida por fin esclarecida y
descubierta, la única vida por lo tanto plenamente vivida, es la literatura”.
¿Quién no ha sufrido, de entre los lectores, el trauma del regreso a la
realidad? ¿Quién no ha visto reducida la existencia que le rodea al regreso de
Macondo, o del París de Rayuela? Nuestra vida siempre es más pobre, más chata,
más roma de sentimientos y más avara de avatares. Quizá Sartre tuviera razón
cuando denunció a la literatura como una ilusión, cuando asegura que se escribe
porque no podemos vivir como quisiéramos. Para eso nació la literatura, para
poder vivir otras vidas, otras épocas. ¿Vidas con red? Pues sí, pero qué
importa si cuando estás en el aire no la percibes, no la sientes, ni te importa
si está o no está. Admito que este punto de vista de quienes apostamos por
soñar en/con/dentro de la literatura no es compartido por mucha gente. Los
exégetas de la cruda realidad proclaman que una noche de primavera relaja más
que toda la literatura. ¿Y una noche de primavera vivida en una novela? Otros
tachan a las novelas de literatura infantil para adultos, prefiriendo a este
género la autobiografía, los libros de geografía o de ciencia. ¿Y qué? ¿Acaso
no se puede soñar con príncipes y princesas una vez cumplidos los veinte años?
Hay que escapar de la rutina de los días y las horas, y para ello están esas
puertas a lo extraordinario que se llaman libros. Y es que yo, como García
Hortelano, creo que la literatura es esa otra vida de la vida. Dos vidas, un
chollo.
Zaragoza,
31 de mayo de 2017
No hay comentarios:
Publicar un comentario