miércoles, 16 de agosto de 2017

Derechos de autor para ONG’s

J. M. Barrie, el autor de Peter Pan, donó todos los ingresos de su obra al hospital infantil de Londres. Como la obra tuviera un enorme éxito, los réditos generados permitieron a dicho hospital perdurar y trabajar con holgura económica. Pero hete aquí que en el año 2007, y según dicta la ley, los derechos de Peter Pan serán libres y exentos de pagar derechos de autor. El hospital infantil, que ve así peligrar su principal fuente de ingresos, ¿qué hace? Decidieron crear otro Peter Pan que diese pan a sus pupilos y a sus administradores. Para ello convocaron un concurso entre escritores para una secuela de Peter Pan, con la condición que se les cediese a ellos los derechos, tal como hiciera J. M. Barrie en su día. Producto de este concurso fue el libro recientemente publicado Peter Pan y el rojo escarlata, de la escritora británica Geraldine McCoughrean. El libro, su estilo, su promoción, su autora incluso, recuerdan a los libros de Harry Potter, libros estos con cuyos derechos podrían funcionar todos los hospitales infantiles del mundo. Y ya que la idea está lanzada, y parece que funciona, ¿a qué esperan todas las instituciones caritativas españolas para imitarlos? ¿No podría Aldeas Infantiles, Oxfam, Médicos sin fronteras o Cáritas convocar un concurso para elegir un libro que continuase, por ejemplo, las aventuras de Manolito Gafotas, o Pulgarcito, o El buscón, y con los derechos y réditos del libro proseguir, más prósperos, sus fines altruistas? Porque no sólo de Peter Pan vive el hombre, y menos las instituciones caritativas. Servirían también el capitán Trueno, el guerrero del antifaz o Roberto Alcázar, con o sin Pedrín. Sugeriría a estas instituciones u ONG’s que aprendieran de estos británicos y siguieran su ejemplo. Podría darse un Platero, tú y la albarda escarlata. Quién sabe.


Zaragoza, 16 de agosto de 2017

miércoles, 9 de agosto de 2017

La meditación

¿Cómo fingen los santones cuando fingen que meditan? Los orientales argumentan que la meditación sirve para dejar la mente en blanco, vacía. Los occidentales para llenarlas con visiones de Dios. Los musulmanes prefieren marearse recitando suras mientras cabecean o dando vueltas como los derviches. Pero la meditación, el plegarse sobre el yo interior, ha progresado y hoy en día existen herramientas que, con sólo exponerse a su influjo, vacían la mente. La más difundida, y exitosa, es la televisión. Este aparato emite ondas místicas que vacían el cerebro y permiten que en él entren los nuevos dioses: coches, lavadoras, detergentes. Ya no se necesita estar recluido en un convento o retirado en el campo o la montaña para quedar ensimismado, vacío de voluntad. Millones de personas experimentan esta misma proeza sentados cómodamente en el salón de su casa deglutiendo comida basura y los ojos fijos en una pantalla encendida. Cuando nos imaginamos a un hombre sumido en la meditación la primera imagen que nos viene a la cabeza es la de un monje budista sentado en la posición de loto. Pero cuando al presidente Bush Jr. le anunciaron la catástrofe del 11-S, su cara se mantuvo varios minutos en profunda meditación, vaciando su mente, con un libro infantil del revés en las manos, en pleno nirvana. Muchas son las hipótesis que se han barajado sobre dónde estaría su mente en ese momento. ¿Se preguntaría qué cayó de la maligna luna la última noche? ¿Ocuparían sus ensueños un desfile de cabras mesopotámicas o egipciacas? Pregunta para los pájaros de yo no sé dónde. Pero me surge otra pregunta: ¿qué diferencia hay entre el “vaciado” del mandatario estadounidense, el del televidente acérrimo, y el del monje budista? Una solo: el “despegue” de Bush es siempre más profundo y no necesita de técnicas de meditación, pues su mente vive perennemente en una noche hipnotizada por la luna.


Zaragoza, a 9 de agosto de 2017

miércoles, 2 de agosto de 2017

Los índices de audiencia y la idiotez

Los índices de audiencia y su influencia sobre el precio de los anuncios han causado un cambio radical en las parrillas de los programas de televisión. Un programa que en un par de semanas no alcanza el índice de audiencia requerido, es eliminado o relegado a un horario de madrugada. Ejemplos no faltan. Con este sistema se eliminan programas con un gran potencial de audiencia pero de crecimiento lento. Lo que a su vez conduce a que se mantengan sólo programas que promueven el escándalo, la banalización chismosa, la broma chusca, y cosas peores. Lo que a su vez conlleva que los espectadores (perdón, clientes) se vuelvan más cazurros y descerebrados. Esta espiral degradante nos ha conducido a la actual televisión, donde priman programas donde lo principal es el morbo, la incultura y las risas enlatadas (dios mío, nos indican hasta cuándo hemos de reírnos; y además risas grabadas hace tantos años que la mayoría de los rientes ya están muertos; dios mío, risas de muertos). Adiós cultura, adiós. Para encontrar programas interesantes, y estos no tienen por qué ser documentales de naturaleza, uno ha de recurrir a cadenas de pago o a canales estatales sin anuncios. Antes podría recurrirse a programas de madrugada, pero ahora ni eso, pues se han sustituido por teletiendas y echadoras de cartas. Está claro que esta situación forma parte de un complot, un complot de los libreros e ilustrados para que apaguemos el televisor de una vez por todas y nos dediquemos a leer. Algunos estamos listos para este cambio de paradigma. El problema es si lo está el 99% de la población, hipnotizada por la estupidez televisiva. ¿Cómo despertarlos de su letargo? Eso no siquiera está en los libros.


Zaragoza, a 2 de agosto de 2017