¿Cómo
fingen los santones cuando fingen que meditan? Los orientales argumentan que la
meditación sirve para dejar la mente en blanco, vacía. Los occidentales para
llenarlas con visiones de Dios. Los musulmanes prefieren marearse recitando suras
mientras cabecean o dando vueltas como los derviches. Pero la meditación, el
plegarse sobre el yo interior, ha progresado y hoy en día existen herramientas
que, con sólo exponerse a su influjo, vacían la mente. La más difundida, y
exitosa, es la televisión. Este aparato emite ondas místicas que vacían el
cerebro y permiten que en él entren los nuevos dioses: coches, lavadoras, detergentes.
Ya no se necesita estar recluido en un convento o retirado en el campo o la
montaña para quedar ensimismado, vacío de voluntad. Millones de personas
experimentan esta misma proeza sentados cómodamente en el salón de su casa
deglutiendo comida basura y los ojos fijos en una pantalla encendida. Cuando
nos imaginamos a un hombre sumido en la meditación la primera imagen que nos
viene a la cabeza es la de un monje budista sentado en la posición de loto.
Pero cuando al presidente Bush Jr. le anunciaron la catástrofe del 11-S, su
cara se mantuvo varios minutos en profunda meditación, vaciando su mente, con
un libro infantil del revés en las manos, en pleno nirvana. Muchas son las
hipótesis que se han barajado sobre dónde estaría su mente en ese momento. ¿Se
preguntaría qué cayó de la maligna luna la última noche? ¿Ocuparían sus
ensueños un desfile de cabras mesopotámicas o egipciacas? Pregunta para los
pájaros de yo no sé dónde. Pero me surge otra pregunta: ¿qué diferencia hay
entre el “vaciado” del mandatario estadounidense, el del televidente acérrimo,
y el del monje budista? Una solo: el “despegue” de Bush es siempre más profundo
y no necesita de técnicas de meditación, pues su mente vive perennemente en una
noche hipnotizada por la luna.
Zaragoza,
a 9 de agosto de 2017
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