Cuando
uno echa la vista atrás y contempla esa corriente de demencia que parece
recorrer la historia del hombre, uno no puede sino preguntarse si el homo sapiens no supondrá una falla
biológica, el resultado de un desgraciado accidente evolutivo. Una desafortunada
mutación, un grave error de la naturaleza. Ello nos lleva a deducir que si bien
el hombre puede considerarse la única especie con pasado, es más que probable
que sea también la única especie sin futuro. Y esto se ve, se nota, flota en el
ambiente, pero a nadie parece importarle. Como si cada uno dijera: mientras ocurra
más allá de mi tiempo prescrito… Y es que, como dijera Walter Benjamin, la
humanidad ha alcanzado tal grado de alienación (yo lo llamaría subnormalidad)
que sería capaz de contemplar su propia destrucción como un espectáculo de
primer orden. Alguna multinacional del entretenimiento, no me cabe duda, se
haría con los derechos y vendería, con gran margen de rentabilidad, entradas
para contemplar loe últimos estertores del planeta desde un lugar privilegiado.
Claro que no es de extrañar que esto suceda cuando un preclaro filósofo,
Fitche, dijo: “No rompería mi palabra ni para salvar la humanidad”. El ejemplo
ha cundido y los comerciantes e industriales de todos los países pueden decir,
junto a Fitche: “No renunciaría al mínimo margen de ganancias ni para salvar la
humanidad”. Y no, no lo hacen, a la vista está. ¿Y qué podemos hacer los pocos
conscientes del peligro ante esta indiferencia de los poderosos? Yo, por mi
parte, ya me he comprado una peli porno y pienso contemplar la destrucción del
planeta haciéndome una paja. Y procuraré hacer coincidir ambos clímax.
Zaragoza, 20 de septiembre de 2017
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