Dicen
que dicen que el hombre fue creado a imagen y semejanza de Dios. O sea, que
Dios es hipócrita, perverso, envidioso, soberbio, lascivo, avaricioso, y muchos
otros defectos que dominan, desde la lejanía de los tiempos, a las criaturas
hechas a su semejanza. ¿Entienden bien los que invocan esta idea las
consecuencias de la misma? Creo que no. Claro que tampoco les importa. De tanto
comulgar con ruedas de molino teológicas su paladar ha perdido la sensibilidad
para segregar los dictámenes de la razón de aquellos dictados por la fantasía,
la superstición o el simple delirio. Decía Diderot que Dios es el lamento del
alma en pena, embrutecida. Dios es un mero placebo ontológico, un ser creado
para el consuelo. Para el consuelo de los muchos desmanes que originan quienes
creen en él, añadiría. En su nombre (en sus muchos nombres) se han cometido las
mayores atrocidades que la humanidad recuerde. Puede que sea, después de todo,
verdad que estemos hechos a su imagen y semejanza. Aunque es más probable que
nosotros le hayamos hecho a él a nuestra imagen. Cuadra mejor, y evitaría todas
esas inacabables discusiones sobre su existencia. Discusiones que, la verdad,
rebajan las cualidades de este presunto ser, porque ¿qué clase de Dios necesita
que se demuestre su existencia? ¿Acaso no es omnipotente? ¿No puede imponernos
la creencia de su existencia? Al final tendrá razón ese personaje de Beckett
que exclama: “¡Dios, el muy cabrón no existe!” Es como para sentirse engañados.
Porque aunque no existe, y como bien dijera Rodrigo Fresán, Dios es un gran
personaje. Tan grande que es el protagonista principal de muchos libros, libros
que si no son novelas, sí lo parecen, aunque su influencia va más allá de lo
literario. Y es que la misión del hombre en este planeta puede que no fuera
adorar a Dios, sino crearlo, como sugiriera el sagaz Arthur C. Clarke. Y luego
destruirlo, añado yo. Llevar a cabo la amenaza del Dr. Philo Drummond: “Dios
está vivo… ¡pero me ocuparé de ELLO!” Y encargó el trabajo a un pistolero
llamado Nietzsche.
Zaragoza,
20 de junio de 2018
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