lunes, 21 de enero de 2019

Degollad los cisnes - II


Seguimos con los insultos que se prodigan entre sí nuestros poetas del Siglo de Oro. Quevedo arremete contra Alarcón en su sátira poética “¿Quién es poeta juanetes?”, donde le llama contracorito (corito significa nuca plana), clara alusión a su joroba. Dice así la sátira:

¿Quién es poeta juanetes,
siendo, por lo desigual,
 piña de cirio pascual,
 hormilla para bonetes?
¿Quién enseña a los cohetes
a buscar ruido en la villa?
Corcovilla.

¿Y cómo no le iban a caer pullas a Alarcón, hombre que a su agrio carácter añadía un cuerpo deforme, con una joroba delante y otra detrás? Todos los poetas de la Corte tomaron parte en lo que parecía una conjuración de fisga o un con­curso de decires sobre sus corcovas. Téllez le llamó: “Don Cohombro de Alarcón, un poeta entre dos platos”; Pérez Montalván dijo de él que era: “hombre que de embrión, parece que no ha salido”; Vélez de Guevara le tildó de “camello enano con loba”, y Pérez Merino “baúl poeta”. Se le alude también en seguidillas populares, donde se le llama “almuerzo de niño bajo la capa”, “alforzas de bordonero”, “tortuga con el manteo”, “dos atabales”. Quevedo, que es el mayor insultador, le agravió con suspicaces imágenes. Por ejemplo, propagó que la D que Alarcón co­locaba delante de su nombre, no era don, sino su medio retrato; también dijo de él “que no se sabía si iba o si venía, ya que tenía dos pechos y ninguna espalda”, en clara alusión a unas coplas famosas que circulaban por la Corte, cuyo autor era Juan Fernández y que decían así:

  Tanto de corcova atrás
  y adelante, Alarcón, tienes
  que saber es por demás
  de dónde te corco‑vienes
  o adónde te corco-vas.

Pero Alarcón se defendía con uñas... y versos. A manera de contraataque, dedicó a Quevedo estas rimas:

-¡Oh, Musa! Dime, ¿quién es
la infamia de cuanto vive,
quién contra todos escribe,
escribiendo con los pies?
Y aquel que ofende, ¿cuál es,
a todo viviente, en suma,
con infame lengua y pluma,
a quien nunca el agua moja?
-Pata-coja.

Pero la antipatía tomó a veces caminos más terrenos que la lírica. Así, Quevedo, con el dinero que reunió durante su periplo italiano, compró la casa en que vivía Góngora y tuvo la satisfacción de echarle a la ca­lle escribiendo una cáustica poesía en que relataba el desahucio y donde cuenta que tuvo que desinfectarla y “desgongori­zarla” para dejarla habitable. Y no cesa en sus pullas, y le llama “alguacil del Parnaso”, “bobo con crepusculallas”, “cordobés sonado”, etc. Incluso le dedica un epitafio de muy lograda abyección, que comienza:

Este que en negra tumba, rodeado
de luces, yace muerto y condenado,
vendió el alma y el cuerpo por dinero,
y aun muerto es garitero.

Y como donde las toman las dan, Góngora aprovechaba cualquier motivo para zaherir a Don Francisco, como en esta ocasión en la que se ríe, a soneto batiente, de la afición de Quevedo por la pintura:

¿Quién se podrá poner contigo en quintas,
después que de pintar, Quevedo, tratas? 
Tú escribiendo ni atas ni desatas;
y así, haces lo mismo cuando pintas.

            En estos casos extremos de pandemia lírica, los versos de los poetas semejan estuches forrados de blanco satén, pero llenos de instrumentos de tortura.

Zaragoza, 21 de enero de 2019

lunes, 7 de enero de 2019

Degollad los cisnes – 1


Los poetas no siempre son comedidos en sus versos. De vez en cuando asoma la bestia interior y, con fuerza flamígera, destrozan al competidor o al enemigo con versos mordaces como lija, versos con dientes afilados y llenos de veneno.
            Pero si hay una época en España donde los poetas se zaherían en potente verso, ese fue el siglo de oro. Conocidas son las rencillas entre Góngora y Quevedo, Góngora y Lope de Vega, Lope de Vega y Cervantes, Alarcón y Quevedo... Por ejemplo, Quevedo dedicó estos injuriosos versos a Góngora:

Yo te untaré mis obras con tocino,
porque no me las muerdas, Gongorilla,
perro de los ingenios de Castilla,
doctor en pullas, cual mozo de camino.

Pero Góngora, que no era manco (como Cervantes), no se amilanó y zahirió así al cojo Quevedo:

Anacreonte español, no hay quien os tope,
que no diga con mucha cortesía,
que ya que vuestros pies son de elegía,
que vuestras suavidades son de arrope.

Nótese ese culterano “vuestros pies son de elegía”, uno de los insultos más refinados que jamás he visto escrito. Refiérese el poeta cordobés a los pies de Quevedo, desiguales por la cojera, comparándolos, extrema sutileza, con la “elegía” composición lírica formada por dísticos de versos desiguales. Pero Góngora también la tiene tomada con Lope de Vega, a quien escribe:

Dicen que ha hecho Lopico
contra mí versos adversos;
mas si yo vuelvo mi pico,
con el pico de mis versos
a ese Lopico lo-pico.

En otra ocasión, cuando Lope publica al frente de La Arcadia -lo que algunos interpretaron como pretensiones nobiliarias- un escudo lleno de torres, Góngora le larga un mordaz soneto, que comienza:

Por tu vida. Lopillo, que me borres
las diez y nueve torres del escudo,
porque, aunque todas son de viento,
dudo que tengas viento para tantas torres.

Y esto es lo que decía, entre otras lindezas, Lope de Góngora:

-Conjúrote, demonio culterano,
que salgas deste mozo miserable,
que apenas sabe hablar (caso notable)
y ya presume de Anfión tebano.

(Continuará…)

Zaragoza, 7 de enero de 2019