Críticas
eliterarias
Sade y la otomana mecánica
(Análisis sadolingüístico)
De
todos es sabido el amor del Marqués de Sade por las otomanas, máxime cuando,
transformadas por el genio de Minsky, la otomana deviene artefacto generador de
múltiples y sincronizados placeres. Cuando Justine califica de “orgía suntuosa”
la celebración en el castillo de Silling donde se prueba por primera vez la
“máquina de encular obispos”, no está realizando sólo una selección de lenguaje
propio de la eroticidad sadiana, está calificando la inclinación aristocrática
por las vejaciones episcopales. Se trata de una Deformata reformare, que daría paso a una Reformata conformare, que a su vez conduciría a una Conformata confirmare, que culminaría
con la Confirmata transformare. Esta
tetraformulación ignaciana obtiene pleno sentido cuando el Papa Sixto XII,
atrapado en Silling, se niega a probar la “máquina de encular obispos”
argumentando que él ha pasado tal dignidad y que necesitaría una máquina
sodomizante a la altura de su alcurnia. Para acabar con estas rémoras de placer
en sus convites, Sade instituye lo que se conocerá posteriormente como “la
otomana mecánica”. Es este asiento reclinado transformado por Minsky en un
artefacto plenipotenciario, siendo válido para todas las dignidades
eclesiásticas o políticas, para cualquier género o animal, dotado de salientes
y aberturas capaz de satisfacer a una docena de sujetos al mismo tiempo. La
otomana mecánica dio mucho juego a la imaginación de Sade y mucho trabajo y
dineros a los carpinteros y orfebres que la construyeron para su hotel de La
Coste. Por cierto, que su casa de La Coste tenía un cocodrilo verde pintado en
el frontispicio (curiosidad para aficionados a los polos... no precisamente
magnéticos).
La construcción de la otomana
mecánica entra dentro de las fases del placer definido por Sade, a saber:
1) Accesis: privarse de ideas libertinas durante quince días mientras,
en síndrome de abstinencia, se chupa el cuero de la otomana.
2) Disposición: acostarse en soledad, sobre la otomana, teniendo como
únicos compañeros el silencio y la soledad, y permitirse una ligera polución
ayudado del falo eléctrico situado en el costado derecho.
3) Desahogo: todas las imágenes, todos los extravíos reprimidos
durante el periodo de accesis se liberan en desorden, y se agarra uno a todos
los dispositivos de la otomana que pueda asir, chupar o introducirse.
4) Elección: entre los cuadros que desfilan, entre los dispositivos
que asimos o nos introducimos, elegir uno de ellos, el que más daño/placer nos
proporcione y darle al mecanismo en fase rápida.
5) Borrador: hay que apagar la otomana, dejarla que se enfríe,
mientras se curan las heridas y se palían los escozores, se piensa en los
errores o aciertos de la otomana descubiertos durante la sesión. Escribir la
escena en un cuaderno.
6) Corrección: después de haber descansado y escrito el borrador, y
descubierto los pros y los contras de cada mecanismo de la otomana, volver a
montar sobre ella, enchufarla a toda potencia y dejar que el poder de los
motores eléctricos te satisfaga por todos los lados que puedan procurarte
placer.
7) Texto: si sobrevives a la experiencia, poner ésta por escrito y
venderlas en forma de libro a la Sonrisa Inviertical o editorial similar, y
forrarte.
Durante los largos encarcelamientos
de Sade, la otomana mecánica pasó por distintos hogares: el del prefecto de la
Policía de París, el obispado de Avignon, la casona de un paragüero de
Cherburgo, quien finalmente se la vendió a un feriante, feriante que fue
ajusticiado después de que el artefacto desvirgase a las cuatro hijas de Madam
Tissue que se montaron creyendo que se trataba de un caballito, caballito del
que no querían apearse y tuvieron que ser retiradas, desintroducidas de varios
salientes por los tirones de media docena de rollizos gendarmes.
García
Sade, Crítico de su majestad
Zaragoza,
28.10.19