El pintor Eduard Munch, cuando se hizo famoso, desarrolló
la manía de que los extraños eran policías secretos enviados para seguirlo.
Tenía ataques de parálisis, a veces se le dormía una pierna o un brazo. Al
final, sus amigos lo llevaron a un hospital a la afueras de Copenhague. Los
médicos le diagnosticaron parálisis alcohólica, resultado de los daños que
provocó el envenenamiento por alcohol en su sistema nervioso. Después de un
tratamiento con baños de barro caliente y pequeñas descargas eléctricas, Munch
salió de la clínica sobrio por primera vez en el último cuarto de siglo. Se
trasladó a Noruega y se instaló en una gran casa en la costa, de la que en muy
raras ocasiones salía para vagar por las calles. Cuando su hermana Laura murió,
en 1926, Munch presenció el funeral escondido detrás de los árboles del
cementerio.
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