La
simetría en el canto. Toda música es proporción. Lo descubrió Pitágoras. Si esa
proporción, elevada a simetría, la extendemos a los grupos corales, obtenemos
el quinteto que muestra la fotografía. Sus alturas en escala reflejan una
proporción que nadie duda imprimirán a sus melopeas. Una tribu musical del pez prolífico.
Los grupos de hombres cantando, salvando los componentes de ciertos coros de
ópera u otra obra clásica, son lastimosos. Lastimosos para el oyente. El orfeón
es canto para borrachines fiesteros, para adictos a tabernas y concursos de
habaneras. El ochote, un orfeón de barrio, música de vecinos reunidos en
comunidad; muy apropiado para inaugurar ciclos políticos y tomas de posesión
junto a árboles centenarios. Una nada unísona sonante que merece nuestro No de
pecho. Pero el grado sumo de mal gusto, de música para sordos, es la
estudiantina, con su peculiar estilo
bufonesco, de botarga y cascabelón. Yo me pregunto
seriamente, ¿habrá alguna persona en el mundo a la que le guste la tuna? Un
tunante, vamos. Alguien con cerebro bordeando la línea anal. Para mí es la
anti-música. Es triste. Cuando me suicide, si acaso llegara a tanto, me pondré “Clavelitos”,
para así eliminar cualquier razón para quedarme. La música de tuna es música
para holocaustos, propicia para acompañar el último chirrido de las esferas.
Sólo debería estar permitida esta música para acompañar los entierros de los
tíos ilustres… y sin testar a tu favor.
La simetría, la escala, la
proporción, todo parece indicado para la música. Y si es indicada para el “interior”
de la música, su pura esencia, ¿por qué no para el exterior, para los
ejecutantes? ¿No lleva todo hombre una proporción áurea en su cuerpo? Pues si a
la proporción áurea individual se le añade la simetría o proporción de
conjunto, armonía sobre armonía, miel sobre hojuelas, o pentagramas.
Zaragoza,
28 de enero de 2014.