Así
imagino yo al fanático religioso. Con esa faz, esa mirada hacia lo alto
pidiendo permiso, esa seriedad intransigente que suele verse en la mirada cruel
del asceta,
esos adornos (sobre
todo las calaveras de las solapas), y el libro de oraciones en la mano, junto
al corazón. El libro (cuidémonos del hombre de un solo libro) parece de primera
comunión. Aunque el señor parece un poco mayorcito para hacerla. Si en vez de
cruces llevase medallones con la media luna, nada cambiaría. El fanatismo es
uno y el mismo, aquí y allá, con este o con ese dios. Hay hielo en su mirada.
Es de esos que sólo consideran fieles a quienes comparten con él la misma concepción
de la divinidad. Lo imagino predicando que envuelve
al mundo extenso triste noche. Sacerdote del castigo y la mancilla. Y como
todos los sacerdotes, sólo se torna peligroso cuando ama. Líbrenos Dios del
amor de los sacerdotes.
Es una foto perfecta. La foto
perfecta que debería llevarnos a todos a apostatar de la fe, de cualquier fe,
de cualquier credo, de cualquier ideología. Sí, apostemos por el apostatemos. Y
esa falta de humor que se adivina, qué pavor. Y es que las religiones, como
dijera Cioran, no son en el fondo más que cruzadas contra el humor. Contra el
humor y contra el amor, añado yo.
Zaragoza, 22 de
abril de 2015.
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