¿Por
qué me han elegido a mí para representar al vendedor de drogas al por menor?
¿Acaso piensan que puedo guardar mercancía en la joroba? Si a mí lo que me
gusta es el agua. También la hierba, claro, pero de otro tipo, la que nace
breve en los oasis. No puedo alejar las sospechas de mí, y eso que soy un
dromedario, no un camello. La gente los confunde. Pero los camellos tienen dos
jorobas. Pero díselo a la policía. En cuanto me ven, hala, a comisaría. Mi
joroba siempre está limpia. ¿Saben lo que opino yo sobre las drogas? Que
deberían liberalizarlas. Debemos volver a la libertad farmacológica de épocas
pretéritas. En aquellos tiempos el que quería alucinar, sedarse o excitarse,
sabía que sustancia tenía que tomar. Y nadie le castigaba por ello. Y no se
recuerdan problemas derivados de semejante libertad. El opio, por ejemplo,
comenzó a ser un problema para los chinos cuando los ingleses se hicieron con
el monopolio de su venta merced a la guerra de los Boers. Antes se tomaba uno
la pipa de adormidera y a dormir. Pero los ingleses querían sacar beneficios de
su nuevo comercio y fomentaron la adicción. Y la adicción condujo a los
problemas. Y ahora sucede un poco de lo mismo. Si se eliminasen las mafias que
se enriquecen con su comercio ilegal, las drogas pasarían a ser un producto de
consumo más, una especie de medicina con su folleto donde se explicarían los
modos de uso, la dosificación correcta y se expondrían las contraindicaciones.
Ahora no, ahora el consumidor adicto ha de comprar mierda adulterada a un
camello (perdón, dromedario de la foto) de mierda y arriesgarse en su ingesta.
Una sociedad cobarde, la nuestra. Y mercantilizada. Pobre de nosotros.
Zaragoza, 27 de
mayo de 2015