Cada
vez son más los que cuidan su aspecto, cada vez son más rebuscadas las técnicas
y mercadotecnia para atraer clientela. No sería de extrañar que ya hubiera
tiendas de peluquería dónde puedan darse situaciones como la que muestra la
foto de la izquierda, con claro sabor sadomasoquista. Acudirán allí las bellas
para lavar y marcar, cortar y azotar.
Esta tendencia a cuidar el aspecto
externo ha alcanzado también a los hombres. Las peluquerías de caballeros se
han convertido en centros de estilismo y, después de lavarte el pelo, te dan un
muestrario con fotos de diversos tipos de corte, normalmente efectuados sobre
las cabezas de jóvenes guapos de morenez adriática. Y cuando le dices a la
chica que te atiende que tú quieres uno normal, como el de toda la vida, te
mira desdeñosa (en los últimos tiempos sólo me atienden señoritas, aunque la
peluquería sea de caballeros). No dándose por vencidas, mientras te rapan no
dejan de hacer alusión a tu pelo fino e informarte que ellos venden lociones
vigorizantes, o si muestras ligera alopecia, te publicitan otro producto que la
evita e incluso regenera el pelo. Y tú sigues diciendo que no, que el miedo a
la calvicie es una bêtise bourgeoise (tontería burguesa), que a ti no te
importa quedarte calvo.
Y al final, cuando te ofrecen gomina para el pelo o
perfume, y te vuelves a negar, puedes dar por seguro que acabas de ingresar en
la lista negra del establecimiento. Y cuando dejas la peluquería, al menos en
mi caso, sólo tienes ganas de ir a casa y ducharte para quitarte la fijeza de
un moldeado hecho con secador y que le da a tu pelo un aspecto antinatural. Auguro
que llegará a tales extremos el cuidado del cuerpo masculino que, como muestra
la segunda foto, acudiremos a peluqueros especializados en esos pelos que hoy
sólo mostramos al pozo de agua del inodoro o a la loza del bidé.
Zaragoza,
13 de mayo de 2014
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