El
poder, al hacerse más grande, más global, más omnívoro, empequeñece al hombre
hasta límites que ilustra acertadamente el dibujo adjunto. La familia, sobre
todo las más humildes, son como esa mujer en el paredón frente a tanques de
distinta índole: gobiernos, bancos, publicidad, grandes compañías, ejércitos.
Cualquiera de los poderes nombrados (hay más, hay muchos) podrían hacer añicos a
cualquier ciudadano. Yo cada vez me siento más impotente frente a los abusos de
las instituciones. Si un banco me cobra comisiones abusivas, ¿qué puedo hacer?
¿Demandarle? Ellos tienen bufetes enteros de abogados. ¿Cambiarme de entidad?
Todos los bancos cometen los mismos abusos. ¿Guardar el dinero en casa? Difícil
empresa, pues todos los pagos han de pasar por su cedazo. Ninguna empresa
aceptaría pagarme en metálico (asumimos que no trabajamos para mafias o constructores,
como algunos políticos levantinos), algo habitual apenas treinta años atrás, o
cuarenta, es hoy impensable. Creo que incluso está prohibido por ley. Me
refiero a las grandes empresas. Si lo sacamos nada más recibirlo, nos cobrarían
intereses por no sé qué fechas de efectividad y al final deberíamos dinero
nosotros. Los mismos abusos los sufrimos de las operadoras telefónicas o de los
suministradores de energía, de los ayuntamientos u oficinas recaudatorias. Para
luchar contra ellos necesitaríase legión de abogados y una gran fortuna para pagarlos
y apagar su sed de más honorarios. Imposible. Pero tampoco nos engañemos con
estas entidades anónimas; hagamos caso al señor de abajo:
Zaragoza, 10 de junio
de 2015
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