miércoles, 17 de junio de 2015

El pesimismo está de moda

El pesimismo está de moda. La fatalidad parece estar agazapada ahí, en el horizonte, esperándonos. Nunca, los que han vivido bien, viven tan bien. Nunca tantos han vivido con tantas comodidades. Nunca como ahora, el pesimismo se ha hecho dueño de las conciencias de los vaticinadores. Y no es que no haya razones objetivas para ello: calentamiento global, reducción de la capa de ozono, deshielo de los polos, deforestación salvaje de las selvas tropicales, desertización, hambrunas perennes en los países pobres, amenazas de terrorismo por doquier… Podría seguir enumerando desgracias que nos afligen. Por lo tanto, razones para el pesimismo hay. Y poderosas. Pero los pesimistas, curiosamente, no se dan en los países desfavorecidos, ni en las clases desposeídas de occidente por la opulencia de los menos. La gran mayoría de los pesimistas se dan entre aquellos que no se despiertan temiendo no tener que comer, se da en aquellos que tienen casa, empleo, coche y prole. Son personas que pueden pagar las facturas e informarse libremente de lo que acontece en el mundo. ¿Será esta última característica lo que los troca en pesimistas? ¿Sólo muestran las noticias empeoramientos y peligros? ¿Y los progresos? Los progresos son vistos, cada vez más, como riesgos potenciales. Quizá porque se sabe que quienes están detrás son poderosos que sólo quieren perpetuarse en el poder o la riqueza. Y eso causa desazón. No el que existan esas personas. Causa desazón saberlo. Con razón decía Bertold Brecht que cuando sonaba las alarmas antiaéreas los ciudadanos esperaban temerosos a que por el cielo asomaran los inventos de los sabios. Sí, los inventos de los sabios sirven, con demasiada frecuencia, para la destrucción. A mí me gustaría ser optimista, sonreír al porvenir y alabar el progreso y la ascendente marcha de la historia. Pero me lo impiden los noticieros. Y he de convenir, con la mayoría, que un pesimista es un optimista con experiencia. Q. e. d.


Zaragoza, 17.06.15

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