martes, 29 de septiembre de 2015

La reencarnación

Siempre me ha hecho gracia el mito de la reencarnación. Me parece el consuelo o la zanahoria de religiones que no tienen el señuelo del cielo, la recompensa eterna por los sufrimientos padecidos. Va, tanto la reencarnación como el mito del cielo, dirigido a apaciguar a aquellos que menos tienen, a recompensarle en abstracto (stock options del paraíso) por toda la miseria que han de soportar. Y uno se pregunta: ¿Cui bono? ¿A quién beneficia esta creencia apaciguadora? Obviamente a los que poseen, a los que disfrutan de vidas regaladas y desean mantener ese privilegio: gobernantes, sacerdotes, oligarcas. Porque si se les dijera la verdad a toda esa porción de humanidad desheredada, si se les convenciese de que solo viven una vida, la actual, la que en esos momentos disfrutan (lo de disfrutar es un decir), ¿qué harían? ¿Se quedarían de brazos cruzados o querrían su parte del pastel? Huida la posibilidad de reencarnarse en rajá, bailarina o angelote, ¿qué les queda? Su resentimiento. Y eso es peligroso. Eso es un arma de destrucción masiva. Otras de las sutilezas del engaño de trascendencia es que también posee escaleras descendentes. Una mala persona, o el gobernante que tiraniza, puede reencarnarse en escarabajo, el general y el obispo ir al infierno donde aprender por siempre jamás. Y eso consuela. Consuela tanto, o más, que la recompensa propia. De hecho consuela tanto que permite seguir existiendo a la injusticia, a la esclavitud, al malgobierno o la pobreza extrema. Los sacerdotes, con astucia de psicólogos, han sabido dar con el filón que mantiene inerme al rebaño, y el secreto se lo ha cedido a los mandatarios, que, reconocidos por el secreto, les recompensan con prebendas y privilegios. Pero, ¿por qué a la gente le seduce la idea de eternidad, que ventaja ven en ello? La eternidad a mí me parece la sublimación del aburrimiento y la reencarnación, como se dice en el chiste que acompaña a este texto, lo único que permite es suicidarse muchas veces.


Zaragoza, 30 de septiembre de 2015

miércoles, 23 de septiembre de 2015

Los dones inútiles

Se habla mucho del poder de la mente, de la telequinesis, precognición y otras facultades paranormales. Pero veamos el fenómeno desde una perspectiva inédita. A una persona se le concede el don de prever los acontecimientos con décimas de segundo de anticipación. Él lo cree así y lo experimenta. Décimas de segundo antes de que un muchacho se caiga de la bici, él es capaz de preverlo. Y así con cada uno de los acontecimientos de su vida. El don está ahí, pero ¿para qué le sirve? Cuando quisiera avisar a alguien de un suceso aciago, éste ya se habría producido. Ni siquiera le reportaría ningún beneficio a él mismo, pues el lapso entre su certera precognición y el suceso adelantado sería tan corto que resulta inútil. No puede evitarse ni el más ligero rasguño. Más que un don se podría catalogar de maldición, sería vivir en una película donde el dialogo se retrasa ligeramente del movimiento de los labios de los actores, creando una sensación de extrañeza que resulta desconcertante y molesta. ¿Cuánto tendría que aumentar el lapso de tiempo para que esa cualidad extraña pudiera serle útil a su poseedor? ¿Un segundo sería suficiente? Estaríamos en las mismas. Una película aún más asincronizada. Incluso cinco segundos serían poco efectivos si se quisiera advertir a los demás. El tiempo que se tarda en llamar la atención de la víctima y explicarle de qué se trata, llevaría más tiempo. Lo mismo sirve para cualquier tipo de los llamados poderes paranormales. ¿Y si con el poder de mi mente yo pudiera desplazar un objeto de una micra de peso la distancia de un milímetro? ¿O un objeto de un gramo una distancia de una milésima de milímetro? ¿Quién lo advertiría? ¿Quién advertiría mi don si yo fuera capaz de desplazar, con el solo poder de mi mente, un transatlántico una trillonésima de milímetro? ¿Y a quién serviría? Claro que podría mostrarme ufano de mi don a sabiendas de que nadie podría demostrar lo contrario. Y eso es lo que estoy haciendo. Sepan ustedes que están leyendo esto una milésima de segundo antes de posar sus ojos sobre las letras. Es mi don. Sólo quería que lo supieran.


Zaragoza, 23 de septiembre de 2010

miércoles, 16 de septiembre de 2015

Divinidad y masculinidad

Las tres principales religiones monoteístas de hoy poseen dioses masculinos. Para hallar dioses del género femenino tenemos que remontarnos a épocas politeístas, como en la India, o en la antigua Grecia, aunque en el Olimpo las diosas eran de inferior categoría que los dioses y daba la impresión de que estaban allí más por adorno que por equiparidad divina. Este dominio masculino en las formas que reviste la divinidad no deja de ser paradójico, pues los dioses y demás demiurgos lo son, principalmente, por haber protagonizado la Creación, por haber dado origen al mundo y sus criaturas. Sin embargo, la facultad de crear, de dar origen a seres, es más propio de mujeres que de hombres. Lo que hace que la pregunta del Papa en el chiste, al menos en su primera parte, sea completamente pertinente. La segunda parte, el que estuviera loca, se deduce de la progenie creada, ese ser soberbio que, incapaz de crear una hormiga, crear dioses a millares. Una metafísica que partiese de la asunción de que Dios fuese una mujer y que estuviera loca nos llevaría, lejos de antroposiquismos trasnochados, a curiosas doctrinas, peculiares catecismos y credos llenos de lógica enferma, no muy distintos a los que hoy tenemos. Como esa idea de Félix Guattari y Gilles Deleuze, que proponían que Dios es un Bogavante o una doble-pinza, un doble‑bind. Todo lo cual prueba, en mi opinión, que da igual la hipótesis de que se parta para justificar una metafísica trascendental o placebo ontológico. Lo enfermo es la mera hipótesis, cualquier edificio filosófico que pretenda erigir seres superiores, omniscientes y ubicuos, porque tales “corpus” doctrinales sólo pretenden sojuzgar al prójimo y perpetuar la casta de los sacerdotes, profesión de sicofantes con avidez de poder y de riquezas. Mejor el delirio, ese dios oscuro.


Zaragoza, 16 de septiembre de 2015

miércoles, 2 de septiembre de 2015

Las fuerzas del orden

“Las fuerzas del orden” es uno de los eufemismos de mayor éxito de los muchos que produce la política. El sustantivo “fuerza” le da un aspecto enérgico que robustece ese “orden” tan del gusto de Goethe y espíritus menos eximios. Pero sabemos que la fuerza carece de sutileza, es ciega, embiste, y el orden es tan voluble como las intenciones de quien lo comanda. Orden es poner una cosa detrás de otra, es mantener un estado de objetos en equilibrio, de forma simétrica, pero nadie nos aclara si ese estado de cosas es justo o siquiera deseable. Franco, con doblez jesuita de finas mallas, utilizaba el mantenimiento del orden para sojuzgar a la ciudadanía y salvaguardar los privilegios de esos parapléjicos mentales que decían pertenecer al “movimiento”. Stalin también utilizó el orden para prodigar gulags y los revolucionarios de cualquier ideología, o los caudillos golpistas, proclaman que quieren instaurar el orden. Y con harta frecuencia ese orden se reduce a cuidar las hileras de las tumbas de las víctimas que han luchado por ese nuevo orden. No nos sirve, sola, la palabra orden. Cualquiera puede utilizarla, y de hecho se utiliza, para ordenar fortunas y poderes. Las fuerzas del orden, como es fácil apreciar en la foto, van armadas. Pertrechadas de instrumentos de castigo. Sólo en Inglaterra, que yo recuerde, los policías iban armados sólo con su silbato. Pero eso fue hace tiempo. Ahora portan los mismos instrumentos de castigo que cualquier otra policía del orbe. Las fuerzas del orden son hoy cada vez más fuertes y ordenadas. Se cumplen las palabras proféticas de Augusto Monterroso: “Los pobres son ahora más pobres, los ricos más inteligentes y los policías más numerosos”. Sí, serán más numerosos, pero son cada vez más endebles, más frágiles, más discutibles. El orden es un atavismo.


Zaragoza, 2 de septiembre de 2015