“Las
fuerzas del orden” es uno de los eufemismos de mayor éxito de los muchos que
produce la política. El sustantivo “fuerza” le da un aspecto enérgico que robustece
ese “orden” tan del gusto de Goethe y espíritus menos eximios. Pero sabemos que
la fuerza carece de sutileza, es ciega, embiste, y el orden es tan voluble como
las intenciones de quien lo comanda. Orden es poner una cosa detrás de otra, es
mantener un estado de objetos en equilibrio, de forma simétrica, pero nadie nos
aclara si ese estado de cosas es justo o siquiera deseable. Franco, con doblez
jesuita de finas mallas, utilizaba el mantenimiento del orden para sojuzgar a
la ciudadanía y salvaguardar los privilegios de esos parapléjicos mentales que
decían pertenecer al “movimiento”. Stalin también utilizó el orden para
prodigar gulags y los revolucionarios de cualquier ideología, o los caudillos
golpistas, proclaman que quieren instaurar el orden. Y con harta frecuencia ese
orden se reduce a cuidar las hileras de las tumbas de las víctimas que han
luchado por ese nuevo orden. No nos sirve, sola, la palabra orden. Cualquiera
puede utilizarla, y de hecho se utiliza, para ordenar fortunas y poderes. Las
fuerzas del orden, como es fácil apreciar en la foto, van armadas. Pertrechadas
de instrumentos de castigo. Sólo en Inglaterra, que yo recuerde, los policías
iban armados sólo con su silbato. Pero eso fue hace tiempo. Ahora portan los
mismos instrumentos de castigo que cualquier otra policía del orbe. Las fuerzas
del orden son hoy cada vez más fuertes y ordenadas. Se cumplen las palabras
proféticas de Augusto
Monterroso: “Los pobres son
ahora más pobres, los ricos más inteligentes y los policías más numerosos”. Sí,
serán más numerosos, pero son cada vez más endebles, más frágiles, más
discutibles. El orden es un atavismo.
Zaragoza, 2 de septiembre de 2015
orden, fuerza, orden a la fuerza, joder que cansino es todo
ResponderEliminarYo tambe t'aprecio
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