No
soporto esa moda de tratar a los cocineros como genios o artistas a la altura
de Mozart, Velázquez o Einstein. Hoy los cocineros se cotizan al nivel de los
genios del pasado o los hodiernos futbolistas. No hay revista ni suplemento de
periódico que no posea su sección gastronómica, dirigida normalmente por un
“divo” del fogón o su hija, no hay cadena de televisión que no disponga de un
espacio gastronómico en horas de gran audiencia donde celebrar los oficios
filosóficos a la gastronomía o interrogar a los condimentos con una lupa. Y qué
decir de los libros. La sección de libros de cocina en las librerías y grandes
superficies es ya más espaciosa que la reservada a los superventas, y no digamos
a la reservada a la poesía o a los clásicos. Y total, si lees las recetas,
encuentras en el más sencillo de los platos especias y condimentos de un
exotismo desquiciante, al menos aquí, donde se hacía una cocina de cebolla, ajo
y perejil de chuparse los dedos. Y luego está la presentación de los manjares,
los platos desproporcionadamente grandes, las viandas dispuestas en simetrías espaciales
y cromáticas que quieren pasar por alto diseño, composiciones estéticas donde
lo que menos cuenta es el sabor. Y los nombres de los platos también son
importantes: denominaciones afrancesadas o de recursos lingüísticos de una finesse que debe más a la mercadotecnia
que a la etimología de los condimentos, pero desgraciadamente un boato verbal
que hoy se venera. Para estos nuevos modistos del yantar, el término “olla
podrida” está proscrito, les causa desazón y náuseas… Y sin embargo. Aborrezco,
lo habrán adivinado, todo lo pretencioso de esta hodierna gastronomía que se
conoció como “nueva cocina”. Me he hecho el propósito de no servir nunca en el
torpe ejército de la Complicación Gastronómica. Soy un casticista del yantar y
proclamo que la cocina, cuanto más vieja, mejor. Millones de paladares
satisfechos la avalan. Cosa que no pueden decir los pretenciosos modistos de la
cocina mediática con atrevimientos culinarios que si bien arrancan gritos de
admiración, sólo son avalados por las tarjetas de crédito. Y es que dada la
ocasión, todo es licencia.
Zaragoza, 26.08.15
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