En la sociedad
moderna abundan las situaciones fiscalizadoras. Cuando se está frente a un
funcionario, uno teme que le falte una póliza, un dato nimio, un requisito que
invalide todo el esfuerzo puesto en el cumplimentar un trámite que, a la
postre, sólo interesa a la administración que nos fiscaliza y nos intimida. ¿Por
qué no habría de intimidarse el funcionario, que al fin y al cabo cobra de
nosotros y debería hacernos la vida más fácil? Pero no es así. La ventanilla
intimida, el funcionario, un tipo sin imaginación, se ve revestido con el poder
de rechazar nuestra petición y sumirnos en el desasosiego Administrativo. Y lo
mismo ocurre con las “ventanillas” de otras instituciones que nos cobran por
tener nuestro dinero: los bancos. Cuando se lleva un cheque a cobrar (ahora es
infrecuente, pero hace una década era muy normal) o incluso a ingresar, siempre
se teme que el que atiende la ventanilla, con cara de burócrata (la cara la da
la función, no se sabe cómo, pero es así) le dé por escrutar la firma, el
rasgado de la línea de puntos o cualquier otra nimiedad y nos diga que no puede
hacerlo efectivo o ingresarlo en cuenta. Y tú ahí, delante de un montón de
gente que piensa que eres un falsificador o un timador. Ocurre lo mismo en los
supermercados. Cuando pasas los productos por caja, vas y das un billete de cincuenta
euros que te acaba de dar un cajero. La chica lo coge y te mira, y pasa el
billete por un detector de billetes falsos. Y tú sufres la angustia de que el
puto artefacto esté desajustado y diga que tu billete no es válido. ¿Qué dices
a la gente que te está observando y que ve que la chica (siempre son chicas) te
devuelve el billete, un billete, repito, que te lo acaba de dar el cajero, y te
dice que la maquinita de los cojones no lo aprueba? Ya puedes proclamar que te
lo acaba de dar un puto cajero, o incluso un banco, que quedas como un
falsificador y gracias has de dar si no llaman a la policía y te llevan
detenido. La única solución que se me ocurre en estos casos es no pagar, o
pagar siempre con billetes falsos, así vas prevenido y no pasas sofoco. Otro
día hablaremos de los detectores a las salida de los grandes almacenes, que uno
teme se disparen al pasar junto a otra persona, o porque no le han borrado del
todo la señal protectora al artículo que acabas de comprar. Joder, que mal se
pasa.
Zaragoza, 21 de octubre
de 2015
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