El hombre es un bobo
para el hombre. Esta frase, como ígneo marchamo, debería estamparse en la
frente de todas las personas serias y adscritas al trascendentalismo. El mundo
está lleno de bufones, la mayoría menos filosóficos que Yorik, pero que ponen
adecuado contrapunto a la seriedad de los sacerdotes con barba de
archimandrita, a los predicadores de roja barba rabínica y a los muslimes que
prohíben la vista del muslamen. Se dice mucho esa frase: “El hombre es el único
animal que ríe”, frase gastada y que nos emparenta con la hiena. Con mayor
motivo podría decirse que el hombre es el único animal que juega a la lotería,
se desahoga en graderíos u organiza contiendas donde perecen cincuenta millones
de seres de su especie. Yo, por simplificar, dejaría la frase como “El hombre
es el único animal”. Y buscaría otro término no contaminado de antropomorfismos
para designar a todas esas criaturas semisonrientes que tienen la desgracia de
ser nuestras contemporáneas. Yo no me imagino al caballo diciendo “El caballo
es el único animal que relincha”, o a la vaca argumentando “la vaca es el único
animal que muge”. Sin embargo sí me imagino a la hiena diciendo: “Nosotros y el
hombre somos los únicos animales que reímos”. Eso sí que es gracioso. Eso sí
que podría ponernos en nuestro sitio. Pero como el hombre es el único animal
que no le importa que lo comparen con cualquier bicho, el único animal que no
aprende de sus errores, pues nos iba a dar igual. El hombre tiene anchas
espaldas para cargar con la ignominia que él mismo se produce mediante
comparaciones. Anchas espaldas y cortas entendederas. Vaya, esa sí que sería
una buena definición: El hombre es el único animal que tiene anchas espaldas y
cortas entendederas.
Zaragoza, 4 de
noviembre de 2015
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