Los
japoneses, en sus representaciones, muestran rostros de porcelana. Japón es una
cultura de porcelanas. Los cuencos donde se sirve el sake, o el té, son de
porcelana. En inglés, porcelana se dice “china”, dejando claro la procedencia o
la primacía artesanal de este delicado y antiguo material. La porcelana crea
utensilios frágiles, recipientes y figuras que han de ser tratados con
delicadeza suma y manejados con gracia y minucia gestual. Y los japoneses, y en
general los orientales, son diestros en modales delicados y protocolos de paso
lento. Como si su ideal fuera la creación de una cultura indiferenciable del
movimiento de un árbol. El protocolo también es una destreza, o arte, nacido en
china, y que imita la gimnasia del árbol por florecer. De los chinos derivan
todos los protocolos, pero ninguno alcanza su sutileza y complejidad. Los
japoneses, sus vecinos, se contagiaron de esos rituales lentos. Una geisha, por
ejemplo, tarde muchas horas en acicalarse y sus movimientos y procesos, siempre
idénticos, sigue unas normas milenarias que han sobrevivido inmutables. En las
luchas con espada los movimientos de los samuráis siguen rituales pausados, un
baile aprendido, grácil, interrumpido por un súbito movimiento de ataque que incluye
grito, y acabado en una estocada rapidísima que suele ser mortal. Después de proporcionada,
el espadachín se queda quieto, reconcentrado, los brazos extendidos en pose estudiada,
como si al higiénico atletismo del combate sucediera la impasibilidad
concentrada de la mente. Hoy, más modernos, más occidentalizados, los rituales
lentos de los japoneses y chinos, pervive en su saludo: una inclinación de
cabeza; y si se sirve té, la porcelana devuelve la lentitud de los movimientos
y el ritual se impone a las prisas. Pero el ritual más propio de los japoneses,
el único que no puede imitarse es el hara-kiri. Cuando no encuentra una salida
a su humillación o derrota, el japonés, al contrario que el agresivo occidental
que se lleva a cuantos puede por delante, se auto inmola. Luego, ironías de los
crepúsculos celestes, un amigo le corta la cabeza.
Zaragoza,
18 de noviembre de 2015
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