Siempre
con la misma historia. ¿Para qué sirve estudiar la Historia si nunca aprendemos
nada de ella? ¿No sería mejor ocultarla, para que nuestros jerarcas y milites
ignoren las maldades pasadas y no tratasen de emularlas o superarlas? Se dice
hasta la saciedad que la historia se repite o, como Marx, que quien la desconoce
está obligado a repetirla, pero es mentira. La historia se repite porque se
conoce, los genocidios y holocaustos más próximos son hijos y copias de los pasados
y sólo porque éstos han existido y se conocen. Sólo el primero fue original y
hubiera quedado olvidado si un chismoso con el apelativo de historiador no nos
lo hubiera trasmitido. O no lo hubiera inventado, que nunca se sabe. Con razón
se dice que el descubridor de las leyes de la historia siempre tendrá algo del
frenético inventor de patentes inútiles. Hay un sentimiento arraigado en el
hombre que le incita a repetir las atrocidades pasadas. ¿Alguien ignora los
males de la guerra? Nadie, pero las confrontaciones bélicas son cada vez más cruentas.
¿Algún ingenuo ignora los males que causa el nacionalismo, cualquier
nacionalismo (no me olvido del nacionalismo español, engominado y facha)?
Nadie. Pero los nacionalismos proliferan cada vez más, son más exigentes,
imperiosos e impertinentes. Buscan el baño de sangre, el ritual de su
consagración. No hay movimiento nacionalista sin mártires, cuantos más, mejor.
Necesitan el odio que dejan las víctimas para abonar sus ansias de
diferenciación, ellos que no se diferencian de los miles de nacionalistas
habidos y por haber. Por eso sería conveniente prohibir la enseñanza de la
historia en todos los niveles de aprendizaje, que el ciudadano, a-histórico,
nazca libre del pecado del recuerdo. Bajo este olvido sería difícil que el ser
humano se comportase peor. Hoy, en pleno historicismo, pueblos que han sido
víctimas de holocaustos aireados repiten con otros pueblos estragos parecidos a
los que ellos padecieron. ¿Quién parará tanto disparate? Sólo mi “solución final”:
olvidar la historia, prohibir su enseñanza, esos renglones con lágrimas
escritos.
Zaragoza, 9 de diciembre
de 2015
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