En
las cumbres por la paz está mal visto que en el menú se incluya pichón. Y sin
embargo, suele ser el volátil sacrificado. Los mandatarios acuden en sus coches
oficiales, con cientos de guardaespaldas, secretarios, asesores… Los países
occidentales atavían a sus dignatarios con trajes oscuros y corbata. Los árabes
acuden de árabes y muchos africanos con vestimentas holgadas de colores
chillones. Nunca falta quien acuda con uniforme militar. Yo creo que estos
estereotipos, petrificados por el protocolo y las enormes medidas de seguridad,
son las culpables de que nunca se alcance un acuerdo satisfactorio, satisfactorio
para los ciudadanos del mundo, que esperaban soluciones de este tipo de reuniones.
Imagínense por un momento que el presidente de Estados Unidos acudiese en bermudas,
camiseta de tirantes y un sombrero charro. El primer ministro británico con
frac pero sin pantalones, con ligueros de calcetines. El presidente español
vestido de torero, o de manola, y el del Japón con un traje de Madame
Butterfly. Los africanos serían los que menos cambiarían, podrían incluso
vestirse como ahora sin desentonar. Brasil mandaría a unas mulatas con biquinis
de lentejuelas y bailando samba. El mandatario italiano iría de hombre Martini
y se pasaría el índice por los labios en un intento de seducir a la primera
ministra de Austria, que iría vestida de tirolesa. Raúl Castro iría sin barba y
con traje de aviador. Estoy seguro de que, así ataviados, se conseguirían
acuerdos beneficiosos para el mundo, acuerdos imaginativos y duraderos. Desaparecidas
las rigideces de los atuendos y el protocolo, el consenso sería más fácil de
conseguir. Y si no se consiguiesen mejores acuerdos, por lo menos nos
reiríamos, que ya es bastante.
Zaragoza,
10 de febrero de 2016
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