¿Hay
sexo después de la muerte? ¿Hay sexo entre los muertos vivientes? Si acudes a
un burdel del hades, pagas tú óbolo y te adjudican una mujer que te regala el
rictus facial de la mujer de la foto adjunta, ¿qué haces? ¿Pasas directamente a
la sección de travestís? ¿Te haces casto a perpetuidad? Y es que en el sexo,
salvo el que posea alguna desviación (legítima, por supuesto, muy legítima) la
apariencia apacible y serena es esencial. No se puede hacer el amor a un ser
enfurecido, ni apático, ni repelente (bueno, un poco repelente…). Las glándulas
motoras del apetito sexual necesitan la motivación de la serenidad, el cariño o
una complaciente pseudo-pasividad. Por lo menos esto funciona con los
caballeros. Con las señoras es otra cosa. ¿No decía un dicho (perdón por la
redundancia) que “el hombre y el oso, cuanto más feo más hermoso”? Y el doctor
Marañón, nuestro Freud de andar por casa, aseguraba que el varón-varón (nótese
el énfasis en la repetición) poseía la siguiente apariencia: talla reducida (se
supone que de altura), piernas cortas, rasgos fisiognómicos intensamente
acusados, piel dura y provista de barba y vello. Vamos, la pareja perfecta de
la mujer de la foto. Pareciera que Marañón definía a un sátiro, a un fauno peludo,
pero no, quería definirnos a los españoles. De todas formas yo no he visto que
los tipos que responden a la definición de Marañón (haberlos hay, si bien
escasean cada vez más) liguen mucho o se lleven tías buenas al catre. Ellas los
prefieren rubios, altos y depilados, vamos, lo contrario al retrato del doctor
Marañón. ¿Significa eso que nuestra raza está en declive? Ay si Marañón
levantara la cabeza y viera a los varones de hoy, tan acicalados, tan
metrosexuales. ¿Qué haría? Meneársela.
Zaragoza,
28 de diciembre de 2016
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