La
guerra es un tema inacabable, inabarcable. La guerra acabará, no obstante, con
nosotros. Una prestigiosa revista británica calcula en 600.000 las víctimas de
la última guerra de Irak. Y todavía los defensores de la invasión, en vez de
sonrojarse o suicidarse de remordimientos, la defienden como una acción
necesaria para la libertad. ¿Libertad de quién? Arguyen que se ha derrotado a
un tirano. Y yo me pregunto, ¿vale la destitución de uno de los miles de
tiranos que pueblan este mundo la muerte de 600.000 hombres? Y eso sin entrar
en si ese era el verdadero propósito o eran otros los fines, más crematísticos,
que albergaban los invasores. Aceptando la cifra de víctimas anterior como un
valor de cambio estándar, a estos defensores de la invasión les preguntaría:
“¿Cuántos muertos hubieran estado dispuesto a causar para derrocar a Franco?
¿300.000 muertos hubiera sido un buen precio? Pero se me olvidaba que uno de
ellos, el de bigotillo, apoyó a Franco, salió de sus propias filas. Los
norteamericanos, que encumbraron y sostuvieron a Sadam Hussein (y a otros
tiranos igual de crueles), se arrogan luego el derecho a derrocarlo, aunque el
precio en víctimas humanas sea tan alto. Pero aún les haría más preguntas: ¿Por
qué Sadam Hussein? En el mundo había (y hay) más tiranos, tiranos más crueles y
malvados. ¿Será que estos tiranos no tienen petróleo o que poseen armamento
nuclear, dos escenarios que no conviene menospreciar?
Pero miremos el lado práctico, el
más inhumano. Karlheinz Deschner dijo: “Cuando los hombres caen, suben los
precios”. Fue profeta con lo de Irak. La guerra elevó el precio del petróleo
hasta niveles impensables, precios que dejaron pingües beneficios en las
principales compañías petrolíferas que, casualmente, son norteamericanas e
inglesas, nacionalidad de los dos principales instigadores de la invasión. Pero
si hasta Plutarco lo sabía: “Los pobres van a la guerra a luchar y a morir por
los placeres, las riquezas y superfluidades de los ricos”. Cierro esta
digresión con una sentencia lapidaria de Hermann Hesse: “El lado para el que
trabajan los cañones nunca es el adecuado”.
Zaragoza,
19 de julio de 2017
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