A
pesar de que Juan Ramón Jiménez dijera que el poema debe ser como una estrella,
que es un mundo y parece un diamante, poco tiene que ver la poesía con las
gemas, al menos en el sentido pecuniario. Nadie, que yo sepa, se ha hecho rico
con la poesía. Y me refiero escribiéndola, no vendiéndola. Los poetas no eligen
esta actividad como profesión sino como vocación. La poesía no les daría para
mantenerse, y menos mantener una familia. Los versos se editan, cuando se
consigue, en ediciones muy limitadas, y a veces, muchas veces, a costa del
autor. Para que un poeta adquiera el reconocimiento suficiente para poder vivir
de la poseía, necesita ser un anciano, o haber muerto. “Haremos poemas –dijo el
gran poeta Villalón‑ sin ropa de nadie, sin levitas de academia, sin chaquetas
de sabios ni trincheras de señoritos, sin la blusa del obrero tampoco”. Y le
faltó añadir que sin el dinero de los que menciona. O sea, en pelotas y gratis.
Así las cosas, no es de extrañar que a Ovidio, su padre le desaconsejara la
profesión de poeta, que el desobediente niño, ya adulto, puso en estos versos:
Mi padre disuadirme pretendía
Del vario estudio de la poesía:
Mil veces dijo: Homero pobre ha muerto.
Además
de no servir para ganarse la vida, la poesía no sirve ni para retener a una
mujer, pese a lo que piensan algunos. Esto lo sabía Roberto Bolaño, quien nos
dijera: “Se puede conquistar a una muchacha con un poema, pero no se la puede
retener con un poema. Vaya, ni siquiera con un movimiento poético”. La poesía,
como vemos, no da dinero ni consigue amor verdadero. ¿Algún inconveniente más?
Sí. Pablo Neruda afirmó que la poesía tiene comunicación secreta con los
sufrimientos del hombre. Y Robert Frost nos conminó: “Dejen solo al dolor con
la poesía”. Y es que, como dijera Alejandra Pizarnik, la poesía es una cosa
para matarse de risa o suicidarse. Ella se suicidó.
Zaragoza,
27 de diciembre de 2017
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