La
polémica de la comida está de nuevo en candelero. Aunque mejor sería decir que
“está servida”. Una franquicia de comida rápida ofrece, bajo el machista lema
de “come como un hombre”, una triple hamburguesa que aporta el 70 % de las calorías
necesarias para un muchacho, o la mitad de las que necesita un adulto. Aparte
del lema (¿por qué no “come como un animal” o “come como una bestia”?) la
polémica se centra en ofrecer por un módico precio comida supercalórica y con
grasas saturadas que sientan como un tiro al organismo. Yo no soy partidario de
que se prohíba este tipo de comida, ni su publicidad. Cada uno es libre de
suicidarse a su manera. Y me fastidia esa moda venida de Norteamérica de
demandar a quienes nos causen un daño a la salud que cualquiera tendría que
haber detectado de antemano. La familia que demandó a McDonalds por haber hecho
de su hijo un gordo e insalubre adolescente, ¿por qué le consentía comer esa
comida basura todos los días? Estas víctimas que sólo buscan el dinero y no se
responsabilizan de su pasividad o complicidad con el “delito” culinario,
deberían ser castigadas donde más les duele: quitarles el dinero de la posible
indemnización y donarlo a un centro que promueva la comida sana entre los
jóvenes, y no tan jóvenes. Pasa lo mismo con los fumadores. Si uno muere de
muerte natural a los ochenta años habiendo fumado como un carretero, no pasa
nada. Pero si a los cincuenta años contrae la estomatitis nacarada de los
fumadores que deriva en cáncer de pulmón, demandará a las tabaqueras por
envenenamiento. ¿Nadie le había dicho que fumar no era sano? Sólo sería
demandable la empresa que nos fuerza a consumir sus productos o nos engaña con
falsas propiedades. Preveo, no muy lejos, que alguien suspenderá un examen o unas
oposiciones y sus padres demandarán a las televisiones acusándolas de haber
entontecido al “pobre chico” con tanto programa basura. Y tendrán razón. Pero
ellos son aún más culpables. Su estulticia o ignorancia les ha impedido inculcar
a sus retoños pasatiempos más útiles.
Zaragoza,
3 de enero de 2018
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