Durante
una huelga del carbón en Inglaterra, un psicoanalista que trabajaba en calidad
de experto para el gobierno de la señora Thatcher fue enviado a la región para
tratar de averiguar qué motivaba las protestas de los mineros. Este experto en
mentes dio al gobierno la siguiente explicación: el minero trabaja con un pico,
que es un símbolo fálico. ¿Y contra quién empleaba ese símbolo? Contra la
tierra que es su madre. Y eso era, en opinión del experto en mentes, lo que
desencadenaba en los mineros las pulsiones que les impedían trabajar. La
psiquiatría es una geografía del desorden mental, pero un desorden que, por lo
que muestra el ejemplo de los mineros, se da tanto en el paciente como en el
médico. A los mineros quizá les conviniera la drástica solución de un
psiquiatra iconoclasta que curó el complejo de Edipo de su paciente haciendo
que éste yaciera con su madre. Así de sencillo.
Decía
Mario Bunge que la psiquiatría era una contrarrevolución devastadora. Aplicada
esta explicación al asunto de los mineros ingleses, no podía ser más certera.
¿Pero es todo negativo en el psicoanálisis? ¿Es el psicoanálisis, apenas, una
lingüística aplicada, como sugirió Lacan? Karl. R. Popper se negaba (y otros
muchos) a darle a estas teorías la categoría de ciencia, pues sus teorías no
eran falseables ni podían hacer predicciones susceptibles de ser contrastadas.
Y es que su base teórica, tanto en Freud como en Jung, sus dos pilares, no son
los hechos empíricos, ni las matemáticas (¿se imaginan unas matemáticas que
modelizasen la ablutomanía?), sino los mitos y la literatura. En la obra de
Freud, como bien señala George Steiner, se le da categoría de prueba clínica a
textos de Sófocles, Shakespeare, Rousseau, Ibsen, Balzac, Dostoievski, etc. Se
basa, en suma, de una “auctoritas” literaria, no científica. Es por ello que el
psicoanálisis puede afirmar que Caifás es una zarza, Pilatos una caña, y Alarico
un volcán “de la garganta escarlata”. Puede que como dijera Adorno, la única
verdad del psicoanálisis sean sus exageraciones.
Zaragoza,
28 de febrero de 2018